Además de la invasión rusa a Ucrania, la guerra de tierra arrasada de Israel en Gaza después de los aleves ataques de los paramilitares yihadistas de Hamás a su territorio, los ataques con misiles de Irán a tierra hebrea después de las operaciones letales de Israel contra los líderes y los efectivos del Partido de Dios, Hezbolá, en Irán y Líbano, la inestabilidad de varios países en África y la presión militar en la frontera sino-india, la temperatura del enfrentamiento entre China y Taiwán sigue subiendo.
El gobierno chino, con el férreo Xi, está en tormenta. La economía sufre desbalance en las cuentas territoriales, con municipios y regiones endeudados hasta las orejas, pidiendo ayuda financiera al gobierno central. El sector inmobiliario sigue en cuidados intensivos, sin que los ecos de sus contagiosos efectos sobre el sistema bancario local y global se puedan descartar del todo. La presión deflacionaria no cesa. La consolidación autoritaria de Xi como uno de los líderes con mayor poder en la historia china junto a Mao y algún emperador, ha traído tremores al Partido Comunista: incidentes públicos con exjefes de estado, desapariciones de ministros, líderes empresariales, generales, diplomáticos, periodistas e influenciadores de redes. Opacamente nos enteramos de purgas, luchas separatistas, cierre de empresas multinacionales y restricciones a materiales estratégicos para las industrias china y mundial. Pareciera que la olla a presión de Beijing ha empezado a silbar. Mientras tanto, el programa espacial y la Ruta de la Seda avanzan, el rearme del Ejército Rojo progresa, no sin fracasos técnicos, los ejercicios unilaterales y con Rusia se multiplican, y se detectan los largos dedos de la inteligencia china en Asia, África, Latinoamérica, EEUU y Europa. En suma, el autoritarismo chino flexiona sus músculos y el mundo siente su peso en todos los rincones.
Las tensiones con Taiwán son muy riesgosas. El peso de China hace que su política de un solo territorio sea amenazante aún antes de mover un solo avión, submarino o barco. Se concretó con la entrega de Hong Kong por los británicos en 1997 y la cesión portuguesa de Macao en 1999, ambos con la promesa, “una China dos sistemas”, de respetarles su perfil político. Se cumplió pero se deteriora día a día, con paciencia china, creciendo la influencia institucional de Beijing y aumentando la presencia militar del gobierno central.
El presidente de Taiwán posesionado en mayo pasado, Lai Ching-te, dijo para angustia de los apaciguadores locales, que es “absolutamente imposible que China Comunista se convierta en la Madre Patria, porque el gobierno de la isla es más viejo”. Enfrenta pues con argumentos políticos históricos, la amenaza de reunificación de China “aún por la fuerza”. Muchos taiwaneses rechazan ser parte de China Comunista. Han generado personalidad propia y lazos familiares, económicos y militares con Occidente.
En 1949 Mao fundó la República Popular China después de una guerra civil de cuatro años, al terminar la II Guerra Mundial, entre el PC y el Partido Nacionalista que en verdad gobernó a toda China desde la caída del Imperio en 1912 con la Revolución de Xinhai. Los nacionalistas del Kuomintang, hoy en la oposición, se pasaron a Taiwán ya recuperada de los japoneses, y desde entonces los gobiernos de China y la isla son independientes. “El gobierno de China apenas tiene 75 años. El taiwanés más de 113”, espetó Lai. Agregó que con gusto podrían ejercer de Madre Patria para los chinos continentales.
Para Xi, “Taiwán es territorio sagrado de China. La sangre que nos une, es más densa que el agua que nos separa”.
El ejercicio “Espada Conjunta 2024B”, con aviones, barcos y submarinos chinos, rodea la isla que EEUU apoya con advertencias, presencia y abundantes suministros militares. El Estrecho es una Santa Bárbara que cualquier incidente o frase incendiaria haría estallar junto con la paz mundial ya casi inexistente.
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