Aproveché el receso de Semana Santa, que muchos dedican a congestionar carreteras, hoteles y restaurantes, para recordar a un personaje asesinado por fuerzas oscuras que hasta el día de hoy permanecen en el anonimato: el sin igual humorista que cometió el peor de los pecados en este país: se ganó como enemigos a personas de todas los estamentos, incluyendo políticos, narcos, militares, mamertos, paras y adversarios de la verdad.
El inolvidable Jaime Garzón no dejó títere con cabeza: cuestionó a políticos de todas las tendencias, empezando por quien había sido su jefe en la Alcaldía de Bogotá, el expresidente Andrés Pastrana y siguiendo con los narcos del Valle, los estudiantes de la Nacional, el expresidente Álvaro Uribe, políticos de finales del siglo 20, los estamentos castrenses y todo lo que consideraba merecedor de puyas y críticas. Hasta los estudiantes de Comunicación Social, que no se toman el trabajo de conocer la historia, recibieron las puyas, muy justas, del desaparecido personaje, que no se guardó ninguna opinión sobre la realidad nacional.
No fui amigo suyo ni compartimos algún sitio o una amiga. Solo me unió a él la admiración por sus programas de televisión, que desaparecieron con el crimen cometido por una pareja de sicarios importados de Medellín, que le dieron muerte en un semáforo del occidente de Bogotá.
No ha habido quien lo reemplace y repita las críticas a la actualidad nacional que como producto de una maldición, sigue repitiéndose día tras día. No ha aparecido la solidaridad que Garzón pedía a los colombianos ni el respeto de los derechos ajenos. El ácido crítico no ha sido reemplazado y solo existe su recuerdo, su imagen dibujada en la plaza del Che en la ciudad universitaria y unas cuantas grabaciones que nos permiten escucharlo desde el pasado, gracias a la tecnología.
Busqué en las grabaciones las causas del crimen de Garzón, un clásico mamador de gallo. Y no las encontré. No escuché nada que pudiera justificar su muerte. No era un conspirador, un terrorista.
Simplemente se limitó a repetir lo que todos decimos en las tertulias políticas, como la de que el país está en manos de un grupo desde la Independencia. Ah. Tal vez cayeron mal sus palabras contra algunos personajes y los llamamientos al respeto de los derechos ajenos. Todo es posible en Colombia. Pero la televisión nos ha hecho el favor de mostrar la vida de Garzón, muerto antes de llegar a los cuarenta años y de seguir diciendo unas cuantas verdades. Desgraciadamente, aquí no se puede criticar en voz alta: se corre grave peligro. Ojalá algún día volvamos a ver un personaje como Garzón, que bastante falta hace en esta época de enfrentamientos divisiones y odios.
GPT