Frente a la agitación que ha desatado el Presidente Petro con su repetido discurso de cambio, en el que no se encuentran propuestas trascendentales ni realizables, vale la pena hacer algunas consideraciones para concebir verdaderos cambios sustrayéndose de la refriega política en que está inmerso el país.
Ninguna de las ideas que esbozo en esta nota es original o desconocida, pero ellas no han sido tenidas en cuenta por la dirigencia nacional en mucho tiempo.
¿Por qué se ha desaprovechado la envidiable situación estratégica de Colombia en la esquina superior de Suramérica, - en el centro del continente americano con costas en los dos grandes océanos y vecina del Canal de Panamá - para desplegar una actividad comercial a gran escala por su distancia equidistante de grandes mercados? Los puertos colombianos son anticuados e insuficientes, la conexión con ellos por carretera es mala, y no existen vías férreas adecuadas, de suerte que resultan más costosos los fletes terrestres que los marítimos.
Con una inútil perorata todos los gobiernos proponen atender el campo colombiano, pero no construyen una política gubernamental de mediano y largo plazo para adelantar programas productivos ambiciosos con base en la existencia de todos los climas por la ubicación tropical de nuestro territorio y la ausencia de estaciones extremas.
No se puede seguir creyendo que con sólo entregar tierras a los pequeños productores se da solución a su subsistencia y a la producción agropecuaria. Hay que estimular la inversión de grandes capitales para desarrollar una agroindustria competitiva que absorba abundante mano de obra y ofrezca productos durante todo el año a los grandes mercados de los países sometidos a largos inviernos improductivos.
Es una inmensa miopía calificar a nuestros campos como reductos irredimibles de la pobreza, y contentarse con asignarles unas pobres ayudas cuando, por el contrario, son una valiosa riqueza en la que se puede fundar el gran desarrollo sostenible del país.
Pese a los obstáculos que crean las administraciones alcabaleras cuyas ideas facilistas son aumentar los impuestos, en Colombia hay miles de jóvenes emprendedores que aprovechan los avances tecnológicos y crean sus propias empresas. En ese campo el país podría estimular la llegada de grandes compañías que buscan mano de obra calificada, menos costosa que en los países desarrollados, y ventajas de comercialización como las que hemos mencionado.
Colombia no puede seguir chapaleando en este triste remolino de la politiquería para obtener unos cuantos votos que permitan mantener los privilegios de una dirigencia invadida por la corrupción. Sólo alzando la mirada hacia un horizonte futurista se puede reiniciar nuestra historia con un rumbo exitoso.
El gran capital de Colombia es su gente: una gente capaz de sobrevivir a la violencia; capaz de superar los desastres naturales y los causados por el hombre, y dispuesta a hacer sacrificios para salir adelante. La verdadera fortaleza de nuestra economía está en la empresa privada compuesta de pequeños, medianos y grandes negocios donde los gobiernos tienen el mejor apoyo para conducir al país por la senda del progreso, a menos que su propósito sea enriquecerse con los presupuestos oficiales, y engatusar a los ciudadanos con unas pequeñas dádivas para que los sostengan en el poder.
ramirezperez2000@yahoo.com.mx
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