¿Trabajar la tierra? ¿Pegársele al surco desde las cuatro de la mañana y soportar el sol o el frío hasta la tarde? ¡No, papá!, como dicen los antioqueños. A mí no me vengan con el cuento de que la gente ama el campo. Esas son historias del pasado. Y lo afirmo porque he oído de dueños de haciendas que no encuentran quién quiera servir de mayordomo o cuidandero. Menos, de jornalero o trabajador raso, ordeñador o vaquero.
Si, por ejemplo, en nuestro departamento Norte de Santander, y concretamente en los 31 municipios cafeteros, el dueño necesita abrir los hoyos para sembrar las chapolas, no tiene otro remedio que realizar la obra él mismo. Ahora, mujeres que atiendan a los trabajadores de la finca preparando los alimentos, tampoco se consiguen.
Ni pagándoles la risa, como dicen por ahí. Muchas personas pueden vivir en el campo, pero no son campesinos, labradores, agricultores. Los jóvenes detestan esos oficios; por ello, hoy campesinos son propiamente los viejos. De ahí que parezca un contrasentido, o una burla o un mal chiste, que grupos ideologizados pidan tierra y más tierra dizque para los campesinos.
Vaya usted a cualquiera de nuestros pueblos y se sorprenderá con la cantidad de motos en la calle. Pertenecen a mozalbetes que viven en el campo pero prefieren estar en el pueblo todo el día. Allí hay discotecas, restaurantes, billares, aunque también sedes de universidades.
Ellos se trasladan rápidamente de su casa al pueblo en la motocicleta que se mete por caminos, trochas y huecamentas que llaman carreteras. Quien haya estado en una finca por estos tiempos verá o sentirá el paso continuo de motocicletas día y noche.
En 1938 el 70% de la población colombiana estaba en el campo. Desde finales del siglo XX esta proporción se invirtió: sólo el 30% de habitantes pertenecía al área rural. Hoy, en la segunda década del siglo XXI, la antigua masa campesina se trasladó a las urbes, en donde los sucesivos gobiernos les construye bloques de apartamentos de interés social en las periferias.
Y con el campesino original desaparecieron también las recuas de mulas, caballos y burros. Para los niños y jóvenes de hoy ver un caballo es una atracción impactante. Era tradición que nuestras gentes del campo viajaran a Chiquinquirá a mitad del año con el doble propósito de cumplir las promesas a la Virgen y de adquirir los mejores caballos. Tenían fama los caballos de Chiquinquirá.
Con mucho sentido me comentaba un finquero: no está mal que todos quieran ser doctores y por eso los jóvenes buscan las poblaciones. (De hecho, sé de casos de muchachas y muchachos hijos de mayordomos o cuidanderos de fincas que luego de estudiar en una sede universitaria de un pueblo han ganado becas por su brillante inteligencia, y no pocos se encuentran en Europa, Estados Unidos o Canadá).
Bien: pero lo cierto es que el campo se quedó sin campesinos. Y para colmo de males, la última ciencia que los jóvenes abrazan es la agropecuaria.
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