Esta semana, por fin, aterrizó la tan anunciada reforma tributaria. Ya habrá oportunidad más adelante para comentar en detalle sus abigarrados contenidos. Por el momento quisiera destacar dos aspectos de ella: es tardía, pero resulta necesaria.
Es tardía, en primer lugar. Su justificación principal ha sido la de que es indispensable por razón de los efectos fiscales de la caída de los precios del petróleo. Pues bien: el desplome de los precios de los hidrocarburos en los mercados internacionales se conocía desde hace dos años. Ese debió ser el momento para presentarla. O aún, si se quiere, los expertos rindieron su informe hace cerca de un año, que también pudo ser el término de referencia para presentarla. No se hizo así, sin embargo.
Se le dio, incomprensiblemente, largas a su presentación. Se entró en un infortunado juego de cálculo político, que buscó imprudentemente dilatarla hasta después de haber sido aprobado el plebiscito. Se creyó inoportuno mezclar paz e impuestos. Pero las cosas no sucedieron, por desgracia, así. Y ahora llega en el peor de los momentos políticos.
No solo porque el tema de la paz, o sea la ratificación de los acuerdos no se ha dilucidado, puesto que el difícil diálogo político entre el Sí y el No se mantiene, sino porque ante lo avanzado de los calendarios ya algunos partidos políticos, como el Centro Democrático, el Liberal y buena parte del Conservador, empiezan a tomar distancias frente a la reforma. El clima político está caldeado. No se pudo escoger un momento más desacertado para desembarcar con una reforma tributaria. Y ello se debe, repitámoslo una vez más, a que, equivocadamente, no se presentó cuando debió hacerse.
Pero además: muchos de sus contenidos pueden ser defensables desde el punto de vista técnico, pero no lo son desde el político. La explicación ante la opinión pública de que se presenta una reforma que le carga la mano severamente a la clase media y cuyos ejes centrales son una brusca elevación del IVA, la reducción de los impuestos a las corporaciones y la elevación de los impuestos a las personas naturales, no va a ser tarea fácil. Y mucho menos en un momento político como el que vive el país, después de la desaprobación del plebiscito y cuando ya prácticamente se ha iniciado el debate de las próximas elecciones presidenciales.
A pesar de todo lo anterior, la reforma es necesaria. El déficit ha alcanzado niveles realmente explosivos. La situación fiscal del país se ha dejado deteriorar a niveles tales que, si no se actúa rápido –así sea tardíamente—, las consecuencias económicas y de credibilidad del país en los mercados internacionales serían devastadoras.
Ademas, la reforma debe ser aprobada en el último trimestre del 2016 por una razón técnica. Todo lo que concierne a modificaciones en la tributación directa, si no se aprueba este año, sino en el 2017, solo podría entrar a recaudarse en el 2018, cuando ya sería muy tarde.
Dentro de la dieta de alimentos laxantes que el país debe aplicarse por estos tiempos, ahora nos tocó el momento de la reforma tributaria. Nos llega tardíamente, pero no hay cómo evadirla. Debemos apurar este trago con celeridad. No tomarlo acarrearía graves repercusiones para la salud económica del país.
* Exministro de Hacienda y de Agricultura.