Las violencias que se padecen en diferentes lugares del planeta parecen estar bajo un común denominador. La dinámica en que se basan es la atrocidad. Y sus víctimas son generalmente personas indefensas. Y no escapan de esas desgarradoras escaladas los niños acorralados. Algunos movimientos apoyados en las armas justifican su acción con ofertas revolucionarias tendientes a superar las condiciones de desigualdad predominantes. Pero ese es un ideal mentiroso. La insurgencia arremete con atrocidad, a sangre y fuego y deja víctimas en todos los sectores. La alevosía de la agresión es contra la vida de quien esté expuesto a esa carnicería.
La arremetida de Israel contra los palestinos es una reproducción del holocausto nazi. Es la repetición de la barbarie orquestada por Hitler. Un modelo que ha encontrado seguidores en los actores de conflictos armados en otras partes del planeta.
La furia de los guerreristas es recurrente e insaciable. Buscan que sus escaladas causen el mayor daño en la existencia y los bienes de las personas tomadas como objetivos de guerra.
Pero esa agresión intencional no solamente se causa con las armas utilizadas para materializar la violencia letal o la aplicación de otras formas criminales como el secuestro, la extorsión, el despojo de sus tierras a los campesinos, el reclutamiento forzado, el abuso sexual, la explotación ilegal de la minería y el narcotráfico, sino también con el lenguaje ofensivo para estigmatizar, calumniar, difundir narrativas de distorsión y ultrajar al contrario. En ese ejercicio de abyección cuentan con la complicidad de políticos proclives al juego sucio o al insulto adobado de odio.
Ese insumo de agresión sirve para intoxicar el ambiente y crear confusión. A partir de allí se acorrala la razón y se le abren espacios a la tergiversación. Es la degradación de las relaciones de convivencia en beneficio del conflicto armado. Es como levantar una barrera para hacer prevalecer los actos de fuerza con todos sus efectos devastadores.
En Colombia los grupos de alzados en armas no escapan a la promoción de la violencia atroz. Con la práctica del secuestro han incurrido en una repudiable violación de los derechos humanos. Pero están también implicados en otras atrocidades. Han llegado a tan flagrante contradicción que mientras entran en negociaciones de paz con el gobierno realizan acciones ofensivas contra las comunidades indígenas y otros sectores de la población civil o matan como si se tratara de una rutina corriente, con desprecio por la vida humana.
Guerrilleros o paramilitares se han ganado el rechazo de los colombianos por su insistencia en la violencia con la utilización de todas las formas de ultraje a la vida. Los que entraron en la lucha con objetivos de promover un cambio de rumbo de alcance social, terminaron sumándose a la corriente abismal de la barbarie. Son semejantes a todos los grupos criminales aferrados a la violencia.
En la violencia se ha llegado a tan brutales extremos que miembros de las Fuerzas Armadas del Estado en Colombia fueron utilizados en ejecuciones extrajudiciales a desprevenidos jóvenes. Se trató de una operación infame que guarda relación con lo sucedido en otras latitudes.
No se puede seguir alargando ese rumbo.
Puntada
La situación de inseguridad de Cúcuta impone la contribución de todos los sectores en el análisis que lleve a su solución.
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