"Pongo las manos al fuego por ella”. Así escribió Daniel Samper Ospina sobre Reymar Perdomo, la cantante del simbólico tema ‘Me fui’ que se ha viralizado como un himno para los migrantes y refugiados venezolanos en buena parte de Latinoamérica. En esos primeros meses de 2019, ella tomó la decisión de abrirse camino en Colombia para lograr los sueños que su país de nacimiento le negó.
Nació en un pueblo pequeño de los llanos venezolanos llamado San Juan de Los Morros, del otrora petrolero estado Guárico. Desde sus 16 años, dictó clases de iniciación musical a niños, también participó en un concurso de reality show que la movió a Caracas temporalmente, pero todo el potencial artístico que guarda su voz no encontró la forma de despegar en la tierra que le vio nacer
¿Cómo era tu vida en Venezuela?
Reymar desde muy pequeña, siempre ha sido una persona allegada a la música. Mi mundo giraba en torno a la música, soy hija de padres músicos. Siempre tuve esa inquietud y esa esperanza de salir adelante con la música y con la docencia. Creo que era una niña muy tranquila, muy feliz y con muchas expectativas siempre alrededor de la música.
Después de todo esto que está sucediendo, es muy difícil hablar de esos puntos de quiebre que te van llevando a saber qué iba pasando. Yo creo que de alguna forma se me fueron cortando las alas y las ilusiones de todo lo que yo pretendía en mi vida a través de la música.
Me imaginaba en mi país siendo maestra, haciendo lo que me gusta, pero las cosas fueron dando otro giro: cada día la plata me alcanzaba para menos, la necesidad era mayor, conseguir las cosas se hacía mucho más difícil. Gota a gota se fue llenando ese vaso y supe que ya no tenía nada de qué agarrarme en mi país. Los venezolanos nos vamos sin querer irnos y eso es lo que nos afecta en todo este proceso llamado migración.
De hecho, es tu mamá quien te empuja a tomar la decisión de huir de Venezuela.
Fue más de un año parada en la puerta de mi cuarto, todos los días a las seis y media de la mañana me preguntaba cuándo me iba. Y yo le decía que todavía tenía cosas que hacer. “Hija, ya no tienes nada que hacer aquí”, me decía. Hasta que llega un momento en que no es solo tu mamá, sino todo aquello que está a tu alrededor.
Un día ella me sirvió el almuerzo. Me dio arroz con mortadela, y me dijo: “Es todo lo que tenemos hoy”. Fue uno de los momentos para decirme a mí misma, que no era justo que en una casa donde viven tres profesionales, no podamos comer algo un poco mejor, no es que era una comida indigna, es que cada vez era menos lo que podías consumir.
Hoy no tengo cómo pagarle esa patada y ese empujón. En ese momento sentía mucho dolor. ¿Cómo puede ser que mi mamá me esté haciendo esto a mí? Pero hoy se lo agradezco en el alma, que ella se haya arrancado ese pedazo de vida, como siempre me lo dice, para entregárselo al mundo.
¿Qué significó para ti cruzar esta primera frontera?
Ya no hay vuelta atrás, yo creo que esa es la primera palabra que lo definiría. Fue empezar a enfrentar mis miedos, mis dudas, mis dolores, mis rabias, mis temores, todo lo negativo con lo que yo venía arrastrando. Sales y te enfrentas al mundo de golpe. De pronto, estás en una frontera afrontando una realidad, completa y absolutamente sola.
Hoy en día me pregunto qué lleva a una persona a tomar una decisión así. Incluso, puedes perder la vida como lo hacen muchos caminantes. Qué tan mal hay que estar para que eso suceda y qué tan mal tienen que estar las otras personas que piden pruebas y cosas para ver la situación en la que están los venezolanos, que salen por una frontera sin importarles si van a llegar a su destino, si van a morir en el intento. Yo, de alguna manera pasé por eso, mi único respaldo fueron cien dólares, mi guitarra y mi talento.
Has hablado sobre los procesos emocionales que atraviesan los migrantes. ¿Qué crees que se pierde al huir del país de origen?
Son tantas cosas. Por ejemplo, la identidad. Llega un momento en que sabes que tú no eres de aquí, no eres de allá, no eres de ningún lado, te sientes como un ente en el mundo que nadie respalda, que nadie quiere, que a nadie le importa, que nadie abraza, eso lo siente un migrante.
Pierdes seguridad, te vuelves un ser más inseguro cada día, te enfrentas a grandes retos. Pierdes muchos rasgos de la felicidad. Te vuelves una persona melancólica que vive recordando, añorando y empiezas a poner en una balanza cosas que no terminas de definir nunca.
Yo hasta el día de hoy, cuatro años después, me cuesta equilibrar esa balanza: ¿esto vale la pena realmente? Con respecto a todo lo que sentimentalmente voy viviendo cada día, porque Colombia me ha dado una gran oportunidad. Musicalmente estoy experimentando cosas que siempre he querido y eso siempre tiene que pesar. Pero está la parte afectiva con la que tengo que luchar día a día, igual que todos los migrantes del mundo.
Un migrante pierde muchas cosas. Y esa identidad viene relacionada también con lo que tú creías que tenías, con lo que tú creías que eras. Yo, las primeras puertas que toqué en Perú, era: yo soy, yo estuve, yo he ganado, yo he logrado, yo he hecho. De verdad, eso no sirve de nada, te toca arrancar de cero en lo que sea. Eso toca también una parte muy importante que es la dignidad.
¿Tienes esperanza en el regreso de esas cosas que has perdido en tu condición de migrante ?
Sí, de hecho ya está pasando. Porque esas cuotas y esa melancolía las puedes llenar con otras que también son muy importantes. Creo que a la hora de migrar, es importante priorizar quién eres y qué quieres en la vida. A pesar de esa melancolía, Colombia me ha dado esa cercanía con mi país, literalmente somos vecinos.
Lo que he logrado, lo que estoy representando ahora mismo para la migración, me hace sentir que es un proceso muy valioso que a mí me llena. Entonces, cada vez son menos las cosas negativas y más las positivas. Obviamente, tiene que haber una transformación en ti, si eso no sucede, si no te conectas con el agradecimiento, no hay nada qué hacer.
La composición de ‘Me fui’ y tu familiarización con el ukelele tuvieron que ver con un acto de xenofobia, ¿cierto?
Yo me había llevado una guitarra. Yo toco muchos instrumentos de cuerda, pero la guitarra era lo más universal que yo tenía en mente como para tocar en bares o cosas así tranquilas. La vida me cambia y me toca montarme en los buses, me empezó a ir bien, porque en el momento en el que me conecté con el agradecimiento, todo empezó a cambiar.
Y me monté en un bus con un chofer xenófobo al que no le parecía que yo me parara a cantar. Sin embargo, yo lo hice, canté y me fue bien. En un semáforo, intento bajarme, él se come la luz con toda la mala intención para hacerme caer. En ese momento, mi instinto humano era agarrarme para no caerme o soltar la guitarra: yo suelto la guitarra y rueda por el pavimento, se parte en dos, me queda el mástil de un lado y la caja del otro, unidos por las cuerdas nada más. Cuando él arranca, me dice: “Eso te pasa por veneca”.
Entonces, yo creo que eso ha sido lo único, ¿sabes? Me duele más por la guitarra que por cualquier otra cosa. Yo me senté en una parada a llorar. Con todo lo que había hecho en ese día, me fui a una tienda de instrumentos porque tenía que seguir trabajando. Le digo al señor: ¿Qué hago con esto? Me dijo: “Será un beso y un abrazo, porque no le alcanza para más nada, pero déjeme ver qué puedo conseguir”.
Se fue a buscar y, consiguió un ukelele por ese precio. Yo le digo: ¡Ajá!, ¿y cómo se toca esto? Me dijo: “Ahí sí yo no sé, te las arreglas”. Yo me llevé mi ukelele con mucha fe y empecé a buscar en YouTube. Me di cuenta que es la misma versión de un cuatro.
Creo que los primeros momentos de paz que tuve como migrante fue con el ukelele, sentir el ukelele de una playa, de un atardecer, me llenó de paz. Y empecé a escribir la melodía de ‘Me fui’, tarareando. Entonces, un acto muy negativo y muy malo, se convirtió en algo muy chévere para mi vida.
En la tónica de la gratitud, Daniel Samper Ospina ha sido clave en tu historia con Colombia, ¿qué representa en tu vida?
Daniel es un ángel. Es alguien que Dios puso en la tierra para que vigilara mis pasos de ahora en adelante adonde quiera que yo vaya, te lo digo con mucha nostalgia, porque sinceramente no sé qué hice para merecerme un amigo, un hermano tan comprometido conmigo y con mis cosas.
Es un hombre que, tanto para trabajo como para cosas personales, está allí para darte una palabra de aliento, un empujoncito, para abrirte una puerta. Lo hace con todo el amor del mundo y gratis, porque qué pudiera retribuirle económica o materialmente a una persona que tantas cosas ha logrado en este país y que es tan importante para el periodismo. Él cayó del cielo.
Inclusive, yo no tenía muchas ganas de atenderlo, cuando él me escribió por primera vez. Pero, mi mamá me dice algo que me marcó: “Hija, no hay medio ni persona grande ni pequeña. Todos necesitan y quieren lo mejor de ti”. Y él llegó a Perú con su esposa, le di una entrevista preciosa, conecté con ese hombre un montón, y ahí empezaron a pasar cosas.
Empezó esa amistad con Daniel, él me propuso venir a Colombia a hacer mi trabajo de buses, como para sensibilizar, estaba tramando todo lo de la sorpresa y, yo ni idea. Es lo más grande que me ha pasado y que me ha dicho que esto vale la pena. Todo lo que hagas en algún momento se te devuelve.
Gracias a él estoy acá, gracias a él por todo, Daniel ha sido una persona que incluso sin él saberlo, me abre un montón de puertas en la vida.
Ahora estás en Colombia, tienes una academia de música, ¿de qué va ese proyecto?
Se llama Rubato. Es un sueño que he tenido desde muy chamita. En algún momento de mi vida dije: Yo tengo que hacer algo que se parezca a mí, donde yo pueda enseñar música a mi manera, sin la pedagogía ya existente, porque yo creo que cada estudiante y cada persona tiene una necesidad completamente distinta y yo puedo hacerlo de otra forma.
Pero eso solamente estaba en mi cabeza, porque soy la persona más soñadora que tú te puedas imaginar, esa es Reymar.
La letra de tu canción más emblemática dice: “Me fui, pero un día volveré”. ¿Has considerado regresar?
Es muy raro. Es una pregunta que un día tiene una respuesta y al otro día tiene otra. No sé qué decirte, a veces siento que vale la pena, a veces no. Yo todavía tengo mis amores y odios con esto de extrañar y amar a mi país.
Yo quiero ser Venezuela cada día más, donde quiera que esté. Quiero ser representante de mi país y sentir que soy mi país, así esté en la conchinchina.Creo que es la búsqueda que llevo dentro de mí en este momento. ¿Si volveré? Ojalá. Y ojalá que sea en un país libre, ojalá.