Cuando se ingresa por la puerta del rancho donde viven la cucuteña Sandra Milena Villamizar y sus tres hijos de 11, 9 y 4 años, se siente un brusco y arrollador cambio de temperatura que no todo mundo logra asimilar, al menos dentro de los próximos 60 minutos.
Es como ingresar a un cuarto a recibir un baño sauna por encima de los 40 grados centígrados. No se para de sudar a chorros, el rostro se templa y el borchorno aflora a flor de piel; menos, para Sandra y sus tres pequeños.
Ellos llevan de ventaja dos años y medio aclimatados, desde cuando decidieron ir a vivir arrendados en la invasión La Fortaleza, uno de los más grandes asentamientos informales que se crearon hace poco menos de cinco años a lo largo del anillo vial que pasa por el occidente de la ciudad.
En el pequeño rancho de dos cuartos de paredes de tabla y techo de zinc que habitan, las altas temperaturas ya les es familiar. En el primero de ellos funciona la cocina, sala y el comedor, y en el segundo, la habitación de los cuatro. El baño lo reciben afuera, al aire libre, en la parte trasera. El paisaje que rodea la pequeña casa es intensamente inhóspito.
En mi casa –dice la mujer- sobrevivimos a duras penas, ya que hace dos años perdí el empleo de mercaderista que tenía en un supermercado de cadena y de ahí en adelante no he hecho sino tocar puertas sin éxito. Los 150 mil pesos que gana al mes por lavado y planchado de ropa ajena los distribuye en el pago de los servicios de luz y agua, y en la comida.
Los estudios de sus tres hijos los cubre con los subsidios que le otorga el Estado a través de los programas Familias en Acción y el Sisbén. Aunque cuenta con servicio de salud, en su casa está casi que prohibido que alguien se enferme, debido a que el transporte público no llega a su sector de manera permanente y la primera unidad básica está a cuatro kilómetros de su casa.
Fue la suerte que nos tocó vivir a nosotros, dice con un seño de tristeza la mujer de 35 años, 11 de los cuales le ha tocado llevar sola la carga de su familia ante la separación de su esposo. Ella hace parte de una realidad sin límite en Cúcuta en la que se conjugan problemas comunes para una población que representa cerca del 30 por ciento de los habitantes de la capital nortesantandereana, y en la que los más pobres, como Sandra Milena, son los que están llevando la peor parte.
Fenómenos como el desempleo, que hoy tiene a Cúcuta en el segundo lugar de las ciudades capitales con más gente cesante, o el de la desbordante informalidad, que ubicó a esta capital en el primer lugar, seguida de Sincelejo, según el último reporte del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane), o el de las víctimas de la guerra, que a la fecha contabiliza en Norte de Santander a 222 mil 232, en su mayoría por el desplazamiento forzado, “ejercen un impacto sin precedentes en materia social que está llevando a la ciudad a límites insospechados”, sostiene el investigador y miembro de la mesa departamental de víctimas de la guerra, Jorge Solano.
Esto tiene reventada cualquier estructura de educación, de servicios de salud y desarrollo humano que se pretenda en una ciudad como Cúcuta, que además carga desde hace dos años con el peso del éxodo de venezolanos a su territorio en busca de oportunidades, añade el investigador social.
Sandra Milena sostiene que si hace apenas tres años era difícil coronar una oportunidad de empleo o acceder a una vivienda gratis, hoy es imposible, “lo uno porque los gobernantes de turno solo ayudan a sus amigos, no a la ciudad que lo necesita, y lo otro, por los problemas que se han acumulado por tanto desempleo, víctimas del conflicto y venezolanos”.
Recordó que durante el gobierno de Donamaris Ramírez solo alcanzó a diligenciar un formulario del que no obtuvo ninguna respuesta, porque las casas gratis fueron para los damnificados de la ola invernal y víctimas de la guerra, y en la actual administración no ha podido tener contacto directo con el alcalde César Rojas.
“En estas circunstancias, los pobres seguiremos siendo más pobres”, sentencia la mujer.
De hecho, el informe de la Cámara de Comercio de Cúcuta elaborado por el Observatorio Económico sobre el balance de los dos años de cierre de la frontera lanza una alerta sobre el impacto que desencadenó en el índice de pobreza la crisis fronteriza.
Según el documento, el índice de pobreza extrema muestra su mayor índice desde los últimos cinco años, y a hoy, Cúcuta ocupa la quinta posición por debajo de ciudades como Quibdó, Riohacha y Florencia. Lo que demuestra un detrimento en la calidad de vida de la población que habita la frontera.
El estudio de demanda de vivienda 2015 elaborado por Camacol Cúcuta y Nororiente reseñó que el déficit de vivienda cuantitativo en la capital nortesantandereana arrojaba 18 mil 597 viviendas, lo que implica construir 3 mil 277 viviendas por año.
Margarita Contreras, directora ejecutiva del gremio constructor, explicó que este índice hace alución a cuantas familias requieren vivienda propia, porque viven en arriendo, con la familia o porque no pueden comprar techo nuevo.
Para el experto en urbanismo, Alberto Acuña, esta cifra puede ser superior teniendo en cuenta los subregistros de víctimas de la guerra que llegan cada año a asentarse en Cúcuta.
Según Planeación municipal, en los últimos años nacieron en las escarpas de Cúcuta no menos de 50 asentamientos informales en los que mal contados viven unas 60 mil personas.
El economista David Blanco precisó que la alta tasa de desempleados y de informalidad que sacuden la ciudad también tienen disparado este déficit de vivienda.
La otra pobreza
Las familias que habitan en las escarpas de Cúcuta, en los asentamientos subnormales, viven en condiciones de pobreza y algunas, en la miseria.
En las visitas que hizo La Opinión para dialogar con líderes de estas comunidades, ellos nos dijeron que en su mayoría hay familias que viven con menos de $200.000 mensuales, es decir, están en la pobreza extrema, según los indicadores del Dane y el Departamento Nacional de Planeación.
Muy pocos tienen ingresos mensuales entre los $201.000 y $408.000, o sea, están en la pobreza.
Los bajos ingresos, argumentaron, se deben a que el sustento viene del rebusque en las ventas callejeras, las ventas de gasolina de contrabando, trabajos en la construcción, el servicio doméstico (lavado y planchado de ropa), o en lo que salga.
En los tres últimos años, a raíz del cierre de la frontera, los cinturones de informalidad en la ciudad se triplicaron, debido a la llegada de venezolanos.
Por las vías de hecho, Cúcuta ha crecido en medio del desorden en las tres últimas décadas, engrosando los cordones de miseria y pobreza.