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Editorial
El Nuevo Gramalote
Preocupante es que las administraciones locales no se aboquen a esta clase de análisis en los  que deberían buscar apoyo de instituciones como la Unidad Nacional de Gestión de Riesgo de Desastres.
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Jueves, 17 de Octubre de 2024

Gramalote se apresta a cumplir en diciembre los catorce años de la destrucción por una falla geológica, teniendo hoy el viejo casco urbano cubierto por la naturaleza del cual todavía sigue en pie una de las torres del antiguo templo cristiano y a 20 minutos se encuentra el nuevo poblado.

Algunos pasajes quedan para la historia puesto que fue el más grave hecho ocurrido en la torrencial y destructiva temporada de lluvias de 2010 y 2011 que dio igualmente dio origen a prácticamente la primera institución especializada en atender las zonas golpeadas por fenómenos relacionados con el clima como el de La Niña, que en aquél entonces ocasionó múltiples emergencias en el país.

Con todas las dificultades y retrasos que ocurrieron a lo largo del complejo proceso de desarrollo del proyecto en el que se invirtieron  $448.000 millones lo cierto es que se trató de una obra que cruzó los gobiernos de Juan Manuel Santos, Iván Duque y Gustavo Petro hasta quedar terminado el plan del Nuevo Gramalote.

Las acciones para cristalizar la remozada localidad nortesantandereana contaron con aspectos como el acceso a un hábitat sostenible y seguro, reconstrucción del tejido social para una comunidad resiliente, gobernanza y fortalecimiento del gobierno local, prevención y mitigación de impactos en la población receptora y desarrollo económico con enfoque regional, integral y sostenible.

Así como fue de impactante el éxodo que se vivió en diciembre de 2010 como consecuencia de un desastre relacionado directamente con las implicaciones climáticas, es importante destacar que hay un libro llamado “La experiencia de intervención de Gramalote: un caso de reasentamiento en Colombia, Suramérica”.

Sacar las mayores experiencias de esta clase de acontecimientos y sus posteriores desarrollos es requerido para que los municipios y departamentos afinen las acciones encaminadas hacia la prevención y lógicamente con miras a la estructuración de una planeación para superar probables acontecimientos iguales o peores.

En ese sentido los estudios sobre microzonificación sísmica, la identificación de las zonas de riesgo por diferentes factores, como por ejemplo, fallas geológicas, riesgos de deslizamientos, acumulación de aguas que desestabilicen los terrenos, entre otros, deben recobrar la importancia debida y ser parte  de la consolidación de municipios sostenibles.

Preocupante es que las administraciones locales no se aboquen a esta clase de análisis en los  que deberían buscar apoyo de instituciones como la Unidad Nacional de Gestión de Riesgo de Desastres para la detección de esas debilidades y peligros, con el fin de establecer planes de mitigación.

Mientras esa conciencia se despierta, hoy es bueno hacer un llamado a los nortesantandereanos a visitar el Nuevo Gramalote para que visiten a un pueblo que fue construido luego de que sus habitantes tuvieran que abandonar la cuna natal por la catástrofe natural. Esta es una buena experiencia que nos hace diferentes a otros departamentos.

Y segundo, que la zona del viejo casco urbano se constituya en  un lugar para el turismo extremo con expertos que lleven a los visitantes y les muestren esta joya en bruto sobre qué sucede cuando los humanos ya no están en un lugar en el que habitaron por muchas décadas. Es un buen lugar para esa clase de experiencias para quienes disfrutan de ellas. 

Por lo demás, solamente  resta retomar lo dicho María Ramona Rodríguez, nacida y criada en el viejo y destruido municipio y hoy residente en el nuevo asentamiento: “Gramalote no ha muerto, está más vivo que nunca”.

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