Pronto se cumplirán tres años desde que aparecieron las primeras noticias que reportaban la presencia de un virus de carácter respiratorio en China. Pocos imaginaron que una pandemia se avecinaba, convirtiéndose en una de las peores emergencias sanitarias a nivel global. Aunque la amenaza sigue sin concluir del todo, la actitud de países y ciudadanos hacia la COVID-19 es otra. Incluso China viene de archivar la política que condujo al aislamiento forzado de millones de personas.
De hecho, desde este mes quienes ingresen por avión a este país ya no se verán obligados a hacer una cuarentena obligatoria sino que ahora bastará un PCR negativo 48 horas antes de viajar, aparte de la obligación de usar mascarilla durante el vuelo.
Más allá de las potenciales consecuencias sobre la salud de la gente en un territorio donde la cobertura de la vacunación es relativamente baja, esta confirma el regreso a una normalidad que se asemeja a la de antes. Las fotos de multitudes en los cinco continentes con ocasión del arribo del año nuevo dan la impresión de que las restricciones son cosa del pasado. No obstante, persiste la discusión respecto a la realidad de la postpandemia en múltiples campos de la vida diaria. Y ésta toca lo que pasa en los ambientes laborales, tras la irrupción de la virtualidad plena en tantas actividades.
Si bien muchos han retornado a las oficinas, en países como Estados Unidos, una firma llamada Kastle publicó un “barómetro” que muestra el índice de ocupación de espacios en miles de edificios se ubicó en 48,2%. Varios analistas sostienen que la cifra es baja y que la real apunta a ser muy superior, con base en estadísticas como la ocupación del transporte público o la congestión del tráfico. Pero aún si tal impresión es válida, para muchos el régimen mixto todavía persiste con fórmulas como dos, tres o cuatro días de presencialidad y el resto a distancia.
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En el caso de Colombia no hay datos recientes al respecto. Reportes parciales muestran que en la administración pública la virtualidad casi desapareció del todo, mientras que en las grandes empresas se mantiene cierta flexibilidad con tendencia a disminuir. Por su parte, entre las pymes se aplica aquel refrán de “el que tenga tienda, que la atienda” y eso pasa de manera personal.
Lo anterior no quiere decir que el debate se haya zanjado. Así quedó claro durante un diálogo de expertos organizado recientemente por el Fondo Latinoamericano de Reservas (Flar), que contó con la participación de la especialista Stela Lupushor y James Reynolds, Jr., Presidente y Director Ejecutivo del banco de Inversión Loop Capital.
Para la primera -coautora del libro “Humanizando el capital humano”, publicado en septiembre de 2022- lo importante hacia el futuro es tener en cuenta cuatro factores de disrupción que impactarán el mercado del trabajo en el mundo. Se trata de tendencias de largo plazo que van mucho más allá de la forma en que se comporta el desempleo de un mes a otro.
Tales transformaciones se concretan en cuatro palabras que comienzan con la letra D. La primera es la demografía, clave en un planeta en el cual la población envejece y la esperanza de vida aumenta. Esta circunstancia crea cuellos de botella a la hora de conseguir personal calificado o la necesidad de usar la migración como fórmula para conseguir gente que haga determinados oficios.
Un segundo punto es la datificación, término que hace referencia a la interpretación de los bloques de datos que existen como consecuencia de la revolución tecnológica, para aplicar sus resultados al manejo de los recursos humanos. Lo anterior trae consigo herramientas adicionales para mejorar y hacerle seguimiento a la productividad del personal, junto con su bienestar.
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Como tercer elemento Lupushor destaca la digitización, que consiste en tomar información analógica y codificarla para poderla almacenar, procesar y transmitirla. Este proceso abre la puerta a la digitalización, relacionada con el punto anterior.
Por último, la especialista habla de desintermediación, como una forma de eliminar eslabones ya sea entre productor y consumidor o entre proveedor y fabricante. Aquellos que viven de intermediar corren el peligro de desaparecer si la evolución de la tecnología permite que se establezcan vínculos directos.
Dentro de esa lógica, vale la pena olvidar el dilema binario de casa u oficina, porque hay una gran tonalidad de grises. A la larga, insiste Lupushor, “el trabajo acabará buscando a los trabajadores y no al contrario”.
Reynolds, a su vez, mantiene una visión mucho más tradicional. En su concepto, la creación de un equipo y una cultura organizacional es algo que solo se logra con el contacto diario, comenzando por la transmisión de conocimiento y experiencia que parte de los más veteranos hacia los más jóvenes. Y quien quiera ascender en el escalafón, no lo conseguirá si su cara solo aparece en una pantalla, pues hay alianzas informales que únicamente se construyen en un pasillo o durante la pausa del almuerzo.
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Marcada esa posición, el ejecutivo estadounidense destaca las bondades de la diversidad en la composición de la fuerza de trabajo y el aporte de puntos de vista que nacen desde perspectivas muy distintas. En su concepto, el crisol de razas, culturas, religiones o preferencias sexuales que identifica a los países norteamericanos sirve para entender por qué hay tanta creatividad, dentro de un ambiente particularmente competitivo.
Como usualmente sucede cuando dos personas inteligentes plantean ideas distintas con convicción, no es fácil inclinarse en uno u en otro sentido. Claramente, la pandemia aceleró el uso de una serie de instrumentos tecnológicos y puso de presente que la humanidad cuenta con una gran capacidad de adaptación a circunstancias cambiantes.
Al mismo tiempo, el levantamiento de las restricciones comprueba que los humanos somos seres sociales, propensos a interactuar con los demás y a ser más efectivos. Por tal razón, el mundo que viene será igual al de antes, pero también distinto.
Como lo recuerda Lupushor, aparte del concepto abstracto del trabajo, es indispensable pensar en fuerza laboral, lugar de trabajo y creación de riqueza y bienestar. A fin de cuentas, este último es el objetivo que mueve a miles de millones a levantarse todos los días y hacer lo que les corresponde.
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