Esta es la última entrega de las principales empresas que se fundaron en la Cúcuta de la época anterior al terremoto de 1875. Debo recordar a mis lectores que la información obtenida para narrar estas crónicas, fueron obtenidas del magnífico documento escrito por el ingeniero Virgilio Durán Martínez y publicado con el patrocinio de la Universidad Francisco de Paula Santander.
Comenzaremos por una de las empresas que no pudo consolidarse y que aún hoy, es una de las viejas aspiraciones del pueblo cucuteño, la comunicación con el río Magdalena. A pesar de todas las ventajas que ofrecía la ruta por los ríos Zulia y Catatumbo hasta Maracaibo, por el lago, los ciudadanos colombianos seguían convencidos de que algún día tendrían que usar ese camino para comunicarse con el Atlántico. Para tal efecto y convencidos que esa necesidad debía satisfacerse un grupo de cucuteños propusieron la fundación de la Sociedad Anónima que se llamó Compañía del Camino al Magdalena tal como se había propuesto una empresa similar la Compañía del Camino a San Buenaventura. La única diferencia con la anterior, era que no hubo participación ni interés gubernamental en ella y la empresa nació como una aventura de las tantas que podía proponerse entre quienes podían aportar los recursos necesarios, aunque fuera para darle forma legal a la empresa aunque se careciera de los demás para ponerla en funcionamiento, en especial las obras de infraestructura, que no han sido propiamente fáciles de acometer.
Para este fin, nuevamente reunidos en la oficina del Notario de Cúcuta, los señores capitalistas Foción Soto, Joaquín Estrada, Manuel Plata Azuero, Juan N. Luciani, Agustín Yáñez, Gabriel Gálvis y José Manuel Sánchez se dieron a la tarea de firmar una escritura en la que constituían la ‘Compañía del Camino al Magdalena’ en cuyo objeto social se leía “llevar a cabo la construcción de un camino de herradura que partiendo de San José de Cúcuta, pase por el Departamento de Ocaña y vaya a terminar directamente en el Magdalena o en uno de sus ríos tributarios que sea navegable por vapores”.
Se emitieron doscientas acciones de mil pesos cada una, de las cuales ciento cuarenta serían de propiedad del Gobierno Nacional y sesenta entre los miembros de la sociedad. Al parecer la idea no caló muy bien entre los representantes gubernamentales, pues el proyecto ni siquiera comenzó a operar y la sociedad se liquidó por sustracción de materia y con el terremoto terminó por enterrarse.
La Sociedad Filarmónica de la Unión, fue la primera sociedad cultural que se fundó y cuyo objeto era “uniformar y organizar los trabajos de los profesores y aficionados en el arte para su buena marcha y progreso creando fondos para atender a los gastos que demande el fin que se propone esta sociedad”. De los estatutos que fueron radicados se deduce que se trataba más de una especie de cooperativa o de fondo de empleados, en fin, de una entidad sin ánimo de lucro en la que los aportantes depositaban en calidad de ahorros unos valores producto del veinte por ciento de lo que percibiera por el ejercicio de su profesión, desde el momento de su vinculación hasta el día de su retiro.
La Sociedad Filarmónica de la Unión tenía una organización en la que todos los directivos trabajaban ad honorem, menos el portero, toda vez que debía cuidar de las instalaciones del Teatro del Instituto Filantrópico, que quedaba ubicado, como se mencionó en una crónica anterior en el costado oriental de la plaza de la Caridad (Parque Colón), donde hoy se alza la Biblioteca Departamental. Allí también funcionaba el Instituto Dramático, una escuela de arte dramático que hacía presentaciones en su teatro y cuyos ingresos se utilizaban para la construcción de la Capilla de la Caridad, que resultó completamente destruida con el terremoto. Muchos de nuestros grandes artistas estuvieron vinculados tanto a la Sociedad Filarmónica como al Instituto Dramático; por ejemplo, Salvador Moreno, Carlos T. Irwin, Isabel Áñez entre otros.
En el sector financiero también aparecen dos empresas que son dignas de mención, la primera es la Compañía de Aseguros de Cúcuta, única en el ramo de los seguros de mercancías, en una época en la que esta modalidad sólo era utilizada en las grandes capitales del mundo y por las grandes compañías transportadoras. Para la firma de las escrituras constitutivas, el ahora Notario de Cúcuta, Juan Evangelista Villamil, citó en su despacho a los interesados, los más importantes comerciantes, especialmente aquellos que se dedicaban a importar y exportar productos, en ese entonces por la vía del puerto de Maracaibo a través de los transportes fluviales que navegaban por los ríos Zulia y Catatumbo.
Se hicieron presentes los representantes de las casas comerciales alemanas e italianas establecidas en Cúcuta, entre otros, Gilbert van Diesel y Miguel Chiossone, así como empresarios y profesionales que decidieron invertir en la empresa cuyo objeto social era “…asegurar una parte o todos los cargamentos que transiten por el
río Zulia en los términos, en los casos y bajo las bases y condiciones que se establecerán en los estatutos y en los demás reglamentos que tenga a bien acordar”.
La sociedad se formó con un capital de treinta mil pesos, distribuidos en 60 acciones de quinientos pesos cada una. Así mismo, acordaron inicialmente a asegurar sólo los efectos que se exporten por el río Zulia con dirección a Maracaibo, pensando más adelante extender este beneficio a la sal marina que se importe por esta misma vía. El mayor accionista era el doctor Joaquín Estrada con 8 acciones, quien desafortunadamente falleció sepultado durante el terremoto; Felipe Arocha y Francisco de Paula Meoz que tenían 4 acciones cada uno, las demás estaban repartidos entre 26 accionistas. La compañía resultó tan exitosa que cuando se fundó Colseguros, ésta asumió el mismo modelo utilizado por la cucuteña.
Finalmente, la Compañía del Camino a San Buenaventura, en varias Asambleas realizadas en diciembre de 1870, se debatió el proyecto de creación de una Caja de Ahorros. Se trataba de invertir las utilidades que venía dando desde el inicio de sus operaciones, diversificando sus actividades. En la Asamblea del 26 de diciembre de ese año, en la sala de sesiones de la compañía se dio aprobación a la Caja de Ahorros de San José de Cúcuta y comenzó a funcionar el 1 de enero de 1871, bajo la presidencia de Aurelio Ferrero y con el apoyo de una Junta Directiva conformada por los mismos accionistas de la empresa matriz. La Caja de ahorros fue liquidada al igual que la compañía del Camino a San Buenaventura y tal vez absorbida por la Compañía del Ferrocarril de Cúcuta, años después del terremoto.
Redacción Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com