Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com
Desde que los humanos aparecieron sobre la faz de la tierra, enfermedades y males del cuerpo los han acompañado. Los cristianos le achacan la culpa a Adán y cada religión se ha encargado de culpar al pionero de la creación. Afortunadamente nada de esto es creíble a la luz de la ciencia y es a la evolución a la que debemos observar para comprender los misterios de los padecimientos de nosotros los pobres seres terrenales.
Con la aparición de los humanos, también llegaron los malestares y con ellos quienes los combatían, brujos, chamanes, hechiceros y a medida que avanzaba la ciencia también fueron apareciendo soluciones más eficaces, médicos, enfermeras y todo el contingente que hoy conocemos como personal de la salud y con ellos, sus necesarios complementos, particularmente quienes proveían o suministraban las pócimas, remedios o preparados que combatían los males. Llegados a este punto, es apenas necesario intuir que estas prácticas se fueron fortaleciendo, dando paso a las actividades generadoras de medicamentos que combatieran de manera eficaz y contundentes las enfermedades, malestares y dolencias del cuerpo, y con ellos, los laboratorios, farmacias y droguerías.
Para contextualizar la crónica, vamos a ubicarnos en la ciudad de Cúcuta y a emprender un recorrido sobre el tema del título desde que fuera reconstruida luego del terremoto de 1875. En las siguientes líneas haremos un breve esbozo del sector de las farmacias, boticas, droguerías y laboratorios que se establecieron en la ciudad hasta finales del siglo XX, cuando las regulaciones que las regían comenzaron a cambiar a comienzos del nuevo siglo, con lo cual se desató una invasión incontrolada que permite ahora el establecimiento de éstas sin prácticamente ninguna restricción, así pues que comenzaré argumentando con toda certeza que la primera botica que se estableció fue la Botica Alemana, en 1863, inicialmente de propiedad del ciudadano alemán Augusto Lincke, una de las pocas construcciones que sobrevivió al terremoto y que posteriormente fuera adquirida por la compañía, también alemana Van Dissel Rode & Co. Aunque es probable que en el último cuarto del siglo XIX hubiera otros comercios que expendieran medicamentos, pues no había norma que lo prohibiera, no se tiene registro de ello.
En los primeros años del siglo pasado, terminado el asedio de la guerra de los Mil Días, la Botica Alemana seguía vigente y con mayor vigor por el apoyo de una de las mayores empresas comerciales del momento, sin embargo, para entonces se habían instalado otras, que aprovechando las oportunidades que tenían los médicos de ofrecer sus propios productos, competían en ese muy lucrativo mercado. El más reconocido era el doctor Villamora que había puesto a disposición de sus pacientes su Botica Nueva en la que ofrecía además, productos para las dentisterías. Igualmente, los almacenes de Luciani Avila & Co. y la Gran Bodega vendían píldoras y jarabes contra los males más comunes.
Para los primeros 30 años del siglo, droguerías, boticas y laboratorios fueron desarrollándose en la ciudad con gran éxito y todo por cuenta de las enfermedades que constituían el azote de la población, paludismo, malaria y en general, las enfermedades respiratorias y los depurativos y reconstituyentes. Las más importantes de aquellos años fueron sin duda, la botica Ruiz, de don Zoilo Ruiz y su laboratorio; la Botica Meoz, que a pesar de su escasa publicidad, entregaba sus medicinas a los pacientes del doctor Erasmo Meoz de manera gratuita a los más pobres, también tenía su laboratorio en Bogotá que se especializaba en la producción de capsulas antipalúdicas que eran distribuidas en los llanos orientales. Otras reconocidas en ese tiempo fueron las boticas Ayala y Cogollo especializadas en suministro de píldoras, jarabes y vinos tónicos y reconstituyentes; la sociedad de los señores Prato, en la Farmacia del Carmen, ofrecía el bálsamo pectoral y las Obleas Carmen contra las afecciones gripales.
A partir de este momento y hasta la mitad del siglo, los mayores desarrollos se hicieron a través de los grandes laboratorios, especialmente americanos y europeos, de manera que la distribución de medicamentos se concentró en éstos y los minoristas, farmacias, boticas y droguerías se beneficiaban de las propagandas. El laboratorio alemán Bayer era el más notorio y agresivo, ofrecía sus productos como la Cafiaspirina, que aún hoy es un reconocido analgésico y el tónico Bayer como reconstituyente. Otros productos muy publicitados eran el Dioxogen, la Emulsión de Scott, la Sal de Frutas Eno, la Neuralgina y así, una interminable relación de medicamentos.
En vista de la cantidad de negocios dedicados a la comercialización de productos para la salud en Colombia, a mediados de los años treinta, se creó la Federación Colombiana de Droguerías y Laboratorios, institución que velaría por los intereses y el buen manejo del mercado de los medicamentos y sus productos afines y dado el interés que manifestaban los propietarios del sector en la ciudad de Cúcuta, en mayo de 1938, esta Federación comisionó al doctor Roberto Carbonell para que se reuniera en la ciudad con los propietarios de los establecimientos interesados, con el fin de constituir la Federación Nortesantandereana de Droguerías y Laboratorios como institución dependiente de la nacional. El delegado explicó los fines que se perseguían con esta unión, con la que se defendería la industria de los laboratorios farmacéuticos y los intereses de los droguistas. Aprobada su constitución, la junta directiva fue elegida y los nombres de Juan de J. Ayala, como presidente, vicepresidentes, José Barajas y Pedro Miguel Román; Revisor Fiscal, Antonio M. Durán, Secretario Tesorero, Rafael Áñez. Tres vocales principales y suplentes cerraron la elección. En la sesión inaugural y después de la elección, se presentaron las mociones de saludo a los directores de los entes de salud en la ciudad y a las demás seccionales de la Federación. Luego de algunas discusiones propias del sector y en medio de un gran entusiasmo de parte de los participantes, se levantó la sesión inaugural. Los organismos oficiales y algunos privados, le auguraron a la nueva Federación toda clase de éxitos en los nobles fines que los llevaron a confederarse.