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Memorias
Un extraño caso en el cementerio
EN algún año de la década de los años 40 sucedió en Cúcuta un caso que generó polémica.
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Viernes, 20 de Noviembre de 2020

Para quienes creen en espantos y brujas, aunque digan que no existen pero que las hay, las hay, en algún año de la década de los años 40, sucedió en la ciudad un caso que generó polémica y que fue la comidilla durante mucho tiempo en los tertuliaderos de la época, los famosos ‘cafés’ donde se reunían, en las horas de la tarde, los parroquianos, por lo general, quienes salían de trabajar, pero también aquellos que nada hacían más que sentarse a ‘rajar’ del prójimo, actividad que a pesar de su ocaso, aún goza de buena salud en algunos lugares de la ciudad.

Pues bien, en 1941 la señora Florentina de Pérez después de sufrir una grave enfermedad, falleció el día once de diciembre. 

Durante toda su enfermedad tuvo un ángel guardián que la cuidaba y la asistía, una fiel y piadosa mujer, su comadre, que aún después de muerta seguía visitándola en su tumba, rezándole y adornando su lápida con hermosas ofrendas florales. Los restos de doña Florentina reposaban en una de las bóvedas del Cementerio, por esa época el único del pueblo, excepción hecha del cementerio de San Luis, que entonces estaba fuera de los límites de la ciudad.

La comadre se llamaba Martha Moreno de Pérez y vivía en la carretera al cementerio, donde habitaba con su esposo Víctor Manuel Pérez, hombre muy trabajador, pues en el día laboraba en el Mercado Central, en la sección de “romana”, el sitio donde se pesaba el maíz que ingresaba a la plaza y por la noche era el encargado del control de “billetaje” en el Teatro Santander, era además, hijo de doña Florentina. El matrimonio Pérez Moreno era ampliamente conocido por los vecinos del sector del occidente cucuteño, toda vez que siempre habían vivido en ese lugar.

La comadre Martha, como fiel devota a la memoria de Florentina, visitaba religiosamente su tumba todos los lunes, como es la costumbre cristiana y como también era tradición, venía cumpliendo con la “novena de los nueve lunes”.

Al iniciar la novena correspondiente al lunes 16 de enero, el sexto de las nueve oraciones, a las cuatro de la tarde y en compañía de su pequeño hijo de ocho años, quien visiblemente cansado de la caminata, se había sentado en uno de los bordes de las bóvedas. En ese momento, su madre le reprochó su actitud, increpándolo “párese, mijo, para que rece, acuérdese que hay que rezar con devoción. Párese pues”. Y como todo niño, no le hizo caso y mostrándose displicente, siguió sentado indiferente. Esto lo contaba la madre al cronista que la entrevistó en el mismísimo cementerio, luego del suceso que les paso a narrar. 

Estando la señora Martha con su pequeño hijo frente a la tumba de la difunta, de pronto, ante el asombro y perplejidad de los asistentes, se oyó la voz de doña Florentina que salía de las profundidades de su tumba, por lo menos, era su misma voz y su misma pronunciación, según lo asegura su comadre que la conocía de toda la vida, aunque dadas las circunstancias del sitio, se apreciaba que las palabras de la muerta tenían un acento más grave y cavernoso, pero el timbre de voz seguía siendo el mismo.

Las palabras escuchadas fueron: “Martha, dígale al niño que se esté quieto, que se porte bien y que rece con fundamento”. Al oír estas palabras que salían de la bóveda, sin explicación alguna y que sonaban como un lamento  fúnebre y doliente, madre e hijo pusieron pies en polvorosa y dando gritos estridentes hasta llegar al portal de entrada. Ante el escándalo, producto de los gritos de los visitantes, que el lunes es más concurrido que los demás, el señor administrador del cementerio, los empleados, obreros y particulares que se encontraban en los escaños del vestíbulo del cementerio, se apresuraron a proporcionales los auxilios del caso, dada la situación de angustia y terror que los embargaba y ante la cual consideraban que era obra de los espíritus malignos que rondaban el lugar.

Aunque el niño permanecía relativamente sereno, al parecer porque aún no asimilaba lo sucedido, su señora madre duró enloquecida varios minutos más después de lo cual, ya más calmada, refería calmadamente a los presentes el raro y misterioso acontecimiento que acaba de ocurrir en el preciso momento que comenzaba a rezarle al espíritu de su comadre y agregó que “ahora sí me convenzo que para visitar a los muertos  se necesita mucho respeto, devoción y piedad, y me convenzo además, que los muertos mandan desde la soledad angustiosa de sus tumbas”.

La patética y dramática narración que hizo la señora Martha Moreno de Pérez ante el grupo de empleados, obreros y demás asistentes que ese día presenciaron el hecho, causó una extraordinaria sensación, asegurándose que situación similar, nunca antes se había presentado.

Todos quedaron atónitos ante el escalofriante y detallado relato que hiciera de manera vívida la sencilla e ingenua señora y lo que es más, todos quedaron perfectamente convencidos de la veracidad del fúnebre episodio.

En indagaciones posteriores realizadas por los reporteros de los medios que consignaron los hechos, se pudo constatar que la protagonista del hecho era una persona completamente normal y que nunca había padecido de perturbaciones mentales, que gozaba de buena salud y que era reconocida como una dama piadosa y de sanas costumbres.

Y como para “curarse en salud”, los medios que divulgaron esta noticia, para evitar las populares “mamaderas de gallo”, remataron la crónica con las aclaraciones a los lectores que la sensacional y auténtica narración se había escrito despojada de toda fantasía y que se había ceñido a las normas de prensa que regían en esa época.

Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com

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