Con una mirada triste cargada de nostalgia, el miedo adherido a su cerebro y abrazando fuertemente a su niña de dos meses de nacida, para que nadie se la arrebate, permanece en el coliseo cubierto Argelino Durán Quintero de Ocaña Jennifer, una joven madre que, luego de la travesía de varios días por la zona del Catatumbo, pudo llegar a un lugar seguro.
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Aturdida por las balas del conflicto armado solo se limita a responder lo necesario a las autoridades para brindar mejores condiciones de vida para su hija, la mamá y un hermanito. Los otros integrantes de la familia tomaron rumbos diferentes porque no había tiempo que perder.
En medio de las inclemencias de la zona boscosa salieron con lo único que tenían puesto, atravesaron cañadas con el temor ocasionado por las ráfagas de fusil retumbando en las montañas. “A la niña la amamantaba, nosotras comíamos frutas silvestres y tomábamos agua de los riachuelos”, afirma.
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Por fin llegaron a un caserío de la zona rural de Tibú, colocaron un buso blanco en los espejos de las motocicletas, en señal de paz para salir de la región. Posteriormente hicieron trasbordo en un vehículo hasta llegar a Ocaña donde fueron sometidos a los chequeos médicos y alojados en el escenario deportivo para la ayuda humanitaria, narra con la voz entrecortada la mamá de Jennifer.