Un ambiente especial se respira en el municipio de Ocaña durante los actos litúrgicos y culturales de las fiestas patronales de la virgen de las gracias de la Torcoroma.
Las restricciones propias de la pandemia han privado a los feligreses procedentes de los distintos rincones del país renovar los votos de fe ya que el santuario ubicado en lo alto de la montaña está cerrado desde el año pasado.
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En la catedral de Santa Ana, iglesia matriz de la diócesis de Ocaña, se reza la novena y se expone la imagen aparecida en la corteza a unos campesinos que cortaban un árbol para hacer un dornajo utilizado en la fabricación de dulces.
Los tiempos han cambiado y a través de los medios digitales se trasmiten las distintas ceremonias, indica el párroco Enrique Ríos quien resalta el fervor que palpita en los corazones de los habitantes de la región.
La devoción se ha venido propagando de generación en generación y cada año llegan desde los diferentes puntos cardinales, un buen número de turistas para subir hasta el santuario y pedir un favor y otros en agradecimiento pagan penitencia de rodillas o a pie descalzo, sin embargo, esa travesía queda aplazada por el cierre del lugar santo.
La ruta de la fe
La gente visita la ciudad a pagar las promesas por los favores recibidos relacionados con la cura de penosas enfermedades como ocurrió con la señora Nury Esperanza Villalba Suárez quien superó el cáncer y hoy lidera un hogar para atender a los pacientes en Bucaramanga. También policías y soldados encomendados a la patrona y recuperaron la libertad luego de muchos años en cautiverio.
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“Esa devoción brota por los poros y cada día crece más”, anota el presidente de la Academia de Historia, Luis Eduardo Páez García.
Aparte de la gran veneración que conserva la devoción mariana tiene grandes connotaciones sociales y culturales arraigadas en la memoria colectiva del pueblo ocañero. La aparición ocurrida el 16 de agosto de 1711, hace 310 años, marcó una pauta para la espiritualidad grabado desde la Colonia. En la medida que la imagen fue aceptada por la iglesia católica, dos papas emiten conceptos favorables, genera la propagación a muchas ciudades colombianas. La sociedad ve la advocación como un símbolo de ayuda desde el punto de vista divino”, agrega.
Muchos padres de familia bautizan a sus hijas como Torcoroma, algunas empresas transportadoras adoptan su nombre para ser cobijados bajo el manto de la protección en las carreteras, establecimientos comerciales con el propósito de dinamizar el comercio e incluso se han compuesto poemas y canciones para exaltar las virtudes.
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El historiador manifiesta que es un nombre de origen indígena como toponímico, pues así se llamaba el monte donde apareció la imagen, pero que hasta el momento no se ha determinado su verdadero significado.
Cada año se ve la explosión de regocijo del pueblo ocañero por la conmemoración de un aniversario más de la aparición. “Está cerrado el santuario y se hace la novena en los distintos lugares para evitar la concentración de personas”, agregó.
Páez García indica que resta implementar las políticas del turismo religioso para promover esos atractivos.
“El gobierno municipal debe aplicar lineamientos y aprovechar la oferta cultural, patrimonial y turística. Sabemos que ya está en la ruta de la fe por la virgen de la Torcoroma, pero eso no quiere decir nada si Fontur y la gente de la institucionalidad no hacen acciones al respecto.
Gastronomía y turismo religioso
A pesar de las restricciones de la pandemia aún sobreviven en la vera del sendero y la carretera aquellas abuelas que se levantan antes del canto del gallo, con el reloj biológico que nunca falla, para iniciar una faena que parece interminable en su existencia. Juntar leña, prender el fogón, hacer el café y calentar los tamales.
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En cada vivienda ubicada a lado y lado del camino peatonal se ofrecen los productos y bebidas para refrescar el alma, luego del esfuerzo de subir la montaña.
Alrededor de una mesa con mucha devoción narran a los visitantes los milagros obrados por la morena.
Una devoción que se ha propagado en los corazones de los feligreses de generación en generación convirtiendo a la imagen en la máxima expresión cultural de un pueblo.
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