Finalizando los setentas y en toda la década del ochenta, los jóvenes cucuteños vibraron con las guerras de minitecas, las únicas que dejaban muertos pero de cansancio.
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Esa generación que disfrutó al ritmo de las melodías del momento y que hoy está cumpliendo roles de padres y abuelos, añora esos años maravillosos, cuando las fiestas se hacía al aire libre, con poco dinero pero con muchos deseos de divertirse y bailar hasta que el cuerpo aguantara, dependiendo de qué miniteca amenizaba la rumba.
En sus memorias quedaron para siempre los nombres de esos íconos musicales de la época, que se enfrentaban para tener la primacía, con explosión de sonido, espectáculos luminosos y los éxitos de los artistas de moda.
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Figuran en esa lista Macro Efectus de Pedro Neira y Stereos 1090 de Alirio Hernández Bustamante, que estaban a la vanguardia y contaban con miles de seguidores.
Se destacaban igualmente Ojos Nocturnos, propiedad de Raimond Hernández; Caminantes, una de las primeras; Torre de Babel, de Alberto Rozo Wilches; Break Master, de Ernesto Jijón; Strike Nich, del barrio Carora; Vibraciones Stereo, de Sady Gálvis.
Así mismo, Sonidos; Tumba Ranchos, de Villa del Rosario; Súper Móvil, que armaba la Torre Elimineitor en Guaimaral; Sound Power; Mega Watts, Scapes, Triconection, Súper Sexus, entre otras.
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Bailes de la cuadra
Sin embargo esas minitecas que se convirtieron en verdaderas empresas para espectáculos populares en Cúcuta y el área metropolitana, tuvieron su génesis en aquellos bailes en lo que se reunían algunos jóvenes para escuchar música y bailar, donde la amplificación se hacía con un pick-up o algún equipo de sonido y sus buenas cornetas que el más pudiente de la cuadra sacaba a la calle.
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Así lo recuerda Raimond Hernández, quien hacia los años 78 y 79 fundó Ojos Nocturnos, una de las minitecas que tuvo reconocimiento tanto en Cúcuta como en otras localidades de Norte de Santander.
"Ojos Nocturnos tuvo su origen en la necesidad de hacer actividades cívicas para mejorar el entorno en el barrio Sevilla, adecuando dos equipos de sonido que mi mamá trajo de Maicao, junto a la creatividad de un amigo quien con motores de ventiladores adaptó unos apagadores para incorporar luces, lo que fue una novedad y atrajo a los jóvenes a los bailes o verbenas".
Siempre había un fin para hacer los bailes los fines de semana, como recoger dinero para un enfermo, adornar las calles y hacer las novenas de aguinaldos en Navidad, así como la fiesta de los niños todos los años, amenizado con buena música y el mejor sonido.
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El negocio fue tan bueno que se empezó cobrando $25.000 por un baile que duraba toda la noche y se llegó a $500.000 por algunas horas de toque, lo que permitía vivir holgadamente tanto al propietario del sonido como a los empleados, quienes solían ser muy populares y tener buena aceptación entre las mujeres, recuerda Hernández.
Años felices
Esos años fueron felices para los jóvenes porque se vivía un ambiente muy sano, la gente se podía divertir sin exponerse a tantos peligros como los que hoy existen, recuerda Carlos Vega, a quien conocían como Willi, que tuvo sus comienzos cargando cables y ayudando a armar el sonido antes de cada toque y llegó a ser disc-jockey y a tener su propia miniteca.
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Sin embargo con el transcurso de los años empezaron a hacer presencia en los bailes que se hacían en las canchas de los barrios, en colegios o clubes, muchachos que armaban combos para sabotear y que se hacían llamar 'Chicos Malos', generando grandes trifulcas que en muchas ocasiones terminaron con personas lesionadas.
El furor iba en crecimiento por ese tipo de eventos, lo que motivó a los propietarios de las minitecas a mejorar en aspectos técnicos, con sonidos, luces y otros efectos, así como a seleccionar la mejor música.
En esos menesteres se recurría al intercambio de discos de acetato y casetes con los amigos y a prolongadas visitas a las discotiendas, todo con el ánimo de complacer los gustos de la juventud de la época.
En esos años las famosas minitecas caraqueñas tuvieron una marcada influencia en la frontera, cuyas mezclas tenían un gran mercado y sonaban en todos los bailes que se programaban los fines de semana.
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Tuvieron fama Sandy Lane, New York New York, Bettelgeuse, Explosión People, Infierno, ZC, Maui, Excalibur, Caribean, Traffic, Possesion, Tridimension, Tconection, algunas de ellas traídas a Cúcuta para participar en las guerras de minitecas, incluida Silver de San Cristóbal.
Un trabajo empírico
Pedro Neira, propietario de la famosa miniteca Macro Efectus recuerda esos años maravillosos en que ellos eran considerados verdaderas estrellas del espectáculo y sostenían una competencia sana por demostrar quién era el mejor.
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"Hacia el año 1982, antes de tener la miniteca yo era bailarín y fui por primera vez a una fiesta con miniteca que se hizo en una casa, lo que me impactó. Empecé a trabajar por hobby con el equipo de sonido de la casa, mandé grabar varios casetes y los editaba con los pocos recursos que tenía a mano y así empecé a organizar bailes cobrando $1.000 por la entrada", recuerda Neira, quien aún se mantiene en el negocio.
Después tuvo la idea de tener su propia miniteca y para ese propósito consiguió trabajo en la discoteca Media Naranja, logrando ahorrar $60.000 para un equipo y ya cobraba fiestas de $3.000 y $4.000 por persona.
"Fue ahí cuando bauticé la miniteca como Efectus, por ser amante de los efectos de sonido y visuales, y en el transcurso del 83 al 84 fui adquiriendo más equipos y la llamé Súper Efectus, pero en el año 86 por influencia de las minitecas venezolanas como Infierno, ZC y Tridimension, monté Macro Efectus, cuyo lanzamiento fue el 5 de septiembre de 1986, ya hace 35 años".
Una buena época
Alirio Hernández Bustamante, propietario de Stereos 1090, dice que en los bailes de los años 86, 87 en adelante entraban de 4.00 a 5.000 personas en cualquier barrio de la ciudad, "donde nosotros instalábamos el sonido, además de las ferias de Pamplona, Chinácota y de otras localidades, donde era todo un espectáculo".
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Stereos 1090 contaba con el apoyo de minitecas venezolanas, innovando siempre en el tema del sonido, recibiendo la influencia de Infierno que se daba el lujo de llenar el Poliedro de Caracas, cuyo propietario Gustavo Contreras era primo del primer dueño de Stereos 1090 Juan Contreras.
La competencia directa era Macroefectus, que junto con Stereos 1090 fueron las dos minitecas de más renombre y clase de la frontera, "aunque había que quitarse el sombrero con otras como Ojos Nocturnos de la que yo era seguidor, que metía más gente a los bailes que nosotros", según Alirio Hernández.
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