La muy noble villa de San José de Cúcuta tiene tradición en el sector calzado y un bien ganado prestigio en el ramo junto a otras ciudades del país, que en grandes fábricas o microempresas atienden la demanda interna y exportan, particularmente calzado deportivo, botas y zapato casual, zapato y zapatilla para dama.
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En esta calurosa y acogedora ciudad, un lobo solitario en el oficio de la zapatería también hizo carrera, quien ducho en el oficio un buen día se cansó de emplearse o las circunstancias lo empujaron a cualquier esquina, el alar de una casa o bajo el cobijo de un árbol a ganarse la vida con su arte.
La referencia es al zapatero remendón, un artesano de ese antiguo oficio, quien se encarga de remozar aquellos zapatos desgastados por tanto caminar y por el traspié que se suele dar cuando se apura el paso en esta vertiginosa y azarosa vida.
Zapatero remendón, el heredero más humilde de este oficio que se remonta al tiempo de reyes, princesas, caballeros y guerreros que encargaban a verdaderos artistas del calzado la elaboración de sus zapatos, que eran sinónimo de elegancia, distinción, poder y riqueza de quien los lucía.
Los nuestros son personajes, muchos con un largo camino recorrido, casi inadvertidos ante la mirada del común, vestidos con mandil o delantal y armados de su pata de hierro, tenazas de montar, tirapié, horma de madera, martillo de remendón, agujas, lezna, pita, pegantes, cera de abejas, betunes, tinta y el infaltable cuchillo zapatero.
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Ellos como en un ritual cumplen la delicada tarea de sustituir las suelas, remendar el cuero roto, pegar y dar brillo a esos zapatos que aunque viejos nadie quiere tirar a la basura, por el cariño que se les tiene a quienes ha sido tan fieles compañeros, andando de ‘ceca a la meca’, como lo dice el refrán popular.
Zapateros de tradición
En la avenida 1 entre calles 14 y 15 del barrio La Playa, está desde hace ya 30 años Jorge Enrique Mojica, de la vieja escuela de los zapateros de Carora, quien después de pasearse por varios talleres de la ciudad fabricando calzado y de una temporada de ocho años en Aguachica (Cesar) donde tuvo una remontadora, prefirió sentarse en un pequeño taburete a reparar lo que a simple vista parece no tener arreglo.
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Jorge Enrique, quien tiene 67 años, es uno de esos zapateros remendones que todavía quedan en esta capital, sobreviviendo al proceso de industrialización del calzado, donde el oficio del zapatero fue suplantado en un gran porcentaje por las máquinas.
El permanece en La oficina, como llama al pequeño carro metálico donde guarda las herramientas y materiales que son toda su riqueza.
Abre a las 8 de la mañana y la cierra a las 5 de la tarde, siempre en el mismo punto donde se ubica desde hace casi tres décadas, en la acera de la 1, frente a un parqueadero y bajo el cobijo de un árbol de Nim.
Allí en su negocio 'Reparación de calzado JJ', atiende a la exclusiva clientela, que Jorge ha ido cultivando durante tantos años y que le provee el sustento diario para él y la esposa con la que vive en Los Olivos (Atalaya), "porque ya los tres hijos del matrimonio se echaron obligación y se fueron de la casa", dice con un dejo de tristeza.
También recibe a los amigos, con quienes suele hablar de política y temas de actualidad, poniéndose al día con aquellos que deja de ver un tiempo, repasando en esos ratos de relajamiento sobre cosas de la Cúcuta de antes, "cuando se veía más la plata y alcanzaba hasta para las águilas".
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"Los zapateros remendones sirven para una emergencia, porque nosotras perdemos la tapa en cualquier parte y ellos no la pegan", dijo con una sonrisa pícara una mujer que requirió sus servicios.
"Ponerle tapas nuevas a un par de zapatilla cuesta entre $4.000 y $5.000, dependiendo cómo sea el tacón. Eso es lo que más hago a diario y siempre las mujeres son mis mejores clientas", confiesa Mojica.
El precio de una remontada completa es de $35.000, que incluye ponerles suelas crepé o groupones, y de ser necesario coserlos, para entregar el par de zapatos bien lustrado, generalmente de cuero y buena marca, que son los que suele la gente mandan a reparar.
Clínicas del calzado.
En la actualidad han tomado fuerza las remontadoras de calzado bien constituidas, con máquinas modernas que sustituyeron las herramientas manuales empleadas para restaurar el calzado.
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Esos sitios son verdaderas clínicas para los zapatos, como dice Rosalba Contreras Quintero, propietaria de la 'Remontadora y cerrajería tercera avenida', quien lleva más de 20 años en el negocio, que inauguró su difunto esposo Luis Felipe Santander.
Rosalba ofrece en su local cambio de plantas, cambio de tapas, vulcanizado, cambio de tacones y mallas, tinturado, cambio de lenguas a los zapatos deportivos, refuerzos cuando están rotos, ensanches y forros y hasta toda la capellada, además de maquillaje cuando el cliente lo necesita para ir a una fiesta y el dinero no le alcanza para comprar un par nuevo.
Toda una variedad de servicios para zapatos, botas, botines, sandalias, guayos, deportivos, mocasines, casuales, náuticos, bailarinas, destalonados, zuecos y hasta alpargatas.
"Aquí viene el rico y el pobre, a pie, en bicicleta o en carro, pero todo el mundo llega con sus zapatos dañados y se los llevan relucientes", dice Rosalba, mientras busca en un estante y en medio de decenas de pares ya reparados, unas zapatillas rojas que vino a reclamar una de sus clientas.
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Ella recuerda las características del calzado que le traen como color, modelo y el tipo de arreglo, por lo que casi no necesita mirar el recibo que le traen, donde aparece lo que abonaron y el saldo, para ir hasta el rincón exacto donde se encuentra los zapatos remontados, tomarlos, meterlos en una bolsa plástica y entregarlos al dueño con una sonrisa en la boca y una palabra de cariño, atención que según dice es la que mantiene el negocio y cautiva su clientela.
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