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Damnificados de El Tarrita cumplen un año entre el barro y la desesperanza
Los habitantes de El Tarrita, en el municipio de Ábrego, reclaman que un año después las autoridades gubernamentales no han cumplido con las promesas de reubicación.
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Brayan Silva
Brayan Silva
Categoría nota
Viernes, 31 de Mayo de 2024

El 31 de mayo de 2023 el amarillo y espeso barro de la arrasadora avalancha se llevó la casa de don Leonardo Durán, en la vereda El Tarra (más conocida como El Tarrita), perteneciente al municipio de Ábrego. En ese momento, los ladrillos que representaban el esfuerzo de una familia campesina quedaron disminuidos a la nada por culpa de la feroz fuerza del río Tarra. Hoy, un año después, el escandaloso vacío en esos lugares dónde antes había casas es la fiel representación de un Gobierno Nacional que no les cumplió las promesas a los damnificados.  


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Antes de ese escalofriante escenario, Leonardo Durán, de 65 años, pasaba sus días sembrando frijoles, ajo, yuca, caña, plátano y atendía el criadero de animales que tenía. Todo eso mientras veía pasar, por un lado, las enormes mulas llenas de carbón que hacían más atractiva esa ruta. Y por por el otro lado veía el río El Tarra que, sin saberlo, armaba el cauce por el que se llevaría los frutos del trabajo de toda una vida. 

Las personas afectadas se despertaron, aproximadamente, a las 3 de la mañana ante los gritos de una vecina, acompañado del imponente sonido que traía la avalancha que venía desde el municipio vecino de Villa Caro.

 “Se vino el río”, gritaba la comunidad avizorando el desastre que, con anticipación y ante protestas, habían advertido a las autoridades gubernamentales que ignoraron el temor. 

¿El balance? 135 familias campesinas que se quedaron sin casas y sin tierras para trabajar, además de las familias que siguen en zona de riesgo.

¿Qué ha pasado un año después?

Un año después las familias se sienten abandonadas. En el lugar solo hay maquinarias amarillas y trabajadores del Instituto Nacional de Vías (Invías) tratando de borrar la huella indeleble que dejó esa tragedia. Por ahora, el único esfuerzo que ha hecho el Gobierno Nacional en la zona está delimitado a esta importante vía nacional que comunica Cúcuta con la costa atlántica colombiana. 


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Además de la carretera, las autoridades competentes se comprometieron con las víctimas de ejercer todos los esfuerzos para reubicar estas personas en otros predios y así puedan seguir trabajando el campo en esta zona del país que produce, principalmente, la famosa cebolla ocañera. 

Sin embargo, hasta el momento El Tarrita se encuentra igual que cuando ocurrió la tragedia: ladrillos y restos de casas a lo largo de ese territorio que fue testigo del imperio de la fuerza que tiene la naturaleza. 

En este momento lo que más necesitan las familias que quedaron sin nada por motivo de la avalancha es el tema del reasentamiento. Es un proceso que la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres se comprometió con ellos para reubicarlos en otros predios, pero hasta el momento no se ha dado nada”, explicó Álvaro Jácome, presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda El Tarra, comúnmente conocida como El Tarrita, para diferenciarla del municipio que lleva el mismo nombre. 


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Las casas que antes estaban allí solo son producto del recuerdo. Y quienes la habitaban hoy están en Ábrego, sin trabajos y con un subsidio de arrendamiento que llega a destiempo. Otros decidieron regresar a su antiguo hogar y hospedarse donde algún familiar para tratar de ganarse la vida como lo han hecho siempre: cultivando.

“Me vine a la casa de mi hermana a ver qué hago, porque en Ábrego la cosa está muy dura. Nos dieron el subsidio de arrendamiento solo tres meses de este año y mercado no nos han dado”, contó Leonardo Durán. 

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Tras la emergencia, las entidades gubernamentales decidieron que era una buena idea que las familias se fueran a otros lugares como Ábrego, mientras atendían la contingencia y, para poder sostenerse, les darían unos subsidios de arrendamiento y unas bolsas de mercado. 

Esto ocurrió hasta el 31 de diciembre de 2023. Hasta esa fecha era la Gobernación de Norte de Santander la que se encargaría de depositarles a las familias ese dinero que serviría para que los campesinos, acostumbrados a siembra y cosecha, se mantuvieran en otra zona mientras llegaba el momento de la reubicación. 

No obstante, el año nuevo llegó con malas noticias. A partir de allí era la UNGRD la que se debía encargar de apoyar con este subsidio. 

Los incumplimientos por parte del Gobierno Nacional comenzaron a decir presente en la larga lista de motivos que tenían los campesinos para, entre sollozos y amarguras, regresaran a lo que quedaba de lo que algún día fueron sus hogares. 

“Volvimos porque esta era nuestra casa. Para dónde más íbamos a ir. Estábamos en Ábrego pagando arriendo, pero allá no hay nada que hacer. Uno está acostumbrado al campo. La casa era un desastre, pero no había más para donde ir”, explicó Sixto Jácome, quien a sus 85 años saca su silla a las afueras de su casa, a escasos metros del río que se llevó todo a su paso, con unos pipotes de gasolina, con la esperanza que algún viajero compre combustible para que Sixto y su esposa, que tiene nueve años en silla de rueda, puedan enfrentar el día a día.  

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