La entrega del primer trapiche de uso comunitario a 10 familias campesinas de la vereda Brisas del Río Nuevo (Tibú) promete ser el inicio de la transformación de la vida de sus habitantes pero también el primer escaño para lograr que la zona sea ejemplo de producción orgánica, organización e integración.
Aunque el trapiche llegó hace apenas unas semanas, la ilusión de los habitantes y su compromiso con el proyecto es tal que ya están produciendo miel de caña, para el autoabastecimiento y la comercialización.
Aquiles Téllez Sanguino, presidente de la junta de acción comunal de la zona, se muestra alegre y satisfecho por las oportunidades que vendrán de aquí en adelante, luego de un esfuerzo conjunto entre la comunidad, la diócesis católica de Tibú, empresas palmicultoras, y el Congreso de los pueblos que apoyaron a los campesinos para la conformación de la estructura en la que todos los días muelen y extraen el dulce jugo de la caña.
“El pensamiento de nosotros es ampliar y comprar la caña de la zona, porque queremos sacar panela orgánica”, dice Téllez, quien hoy en día desconfía hasta de comer en restaurantes, porque sabe que “la gente le está tirando químico a todo”, y él prefiere su campo, sin venenos que estropean la comida y le hacen perder valor.
“Hasta ahora estamos moliendo, y hay para llevar al mercado campesino de Tibú”, cuenta entusiasmado porque lo que era una idea ya tiene asegurada la comercialización en este mercado que también apoya la diócesis, además de la salida al corregimiento de Campo Dos y veredas aledañas a la suya.
La diócesis de Tibú fue el enlace fundamental para la consolidación del proyecto.
Actualmente hay caña suficiente para ampliar la demanda, y de hecho los cortes (áreas) que tienen las familias beneficiadas se están aprovechando al máximo.
“La primera vez, estrenando trapiche, sacamos 14 potes de un litro, y ahora estamos aprovechando el calentamiento del horno para que muelan dos socios”, relata.
Darinel Molina, habitante de la vereda, confirma que la molienda avanza de forma favorable, y en su caso, la primera vez obtuvo “como 120 litros”.
Ya conocía el trabajo de campo este hijo de agricultores, que con orgullo afirma que siguió con la tradición familiar, pero cuenta que varios de sus compañeros y vecinos sí han tenido que aprender para “tener la mielecita”.
“Como en todo, hay dificultades. Al principio, arrancando, no sabíamos el manejo de las poleas y dañamos una, pero ya aprendimos”, comenta Téllez. “De los errores se aprende, y ya le agarramos el ritmo”.
Pero llegará el momento en que todos sabrán por igual del proceso, tendrán la misma competitividad, y lo más importante, cumplirán el sueño comunitario: producir panela orgánica.
“La meta es arrancar con una hectárea cada uno e ir sembrando, y poner a producir como dijo el señor obispo (Ómar Sánchez): no esperar a que el proyecto se caiga, sino tener la frente en alto y sacar el producto aquí, que la gente lo consuma y que sea bien hecho”.
Para que sea así, habrá que seguir trabajando, sembrando y produciendo orgánicamente, para luego comprar caña en la zona, “y cambiarle la mentalidad a la gente, porque hay demanda de panela y falta caña”.
Téllez aspira a que mucha más gente de Tibú se una, en especial a la siembra, cuando note que el negocio ya empezó y que es un ejemplo de que la legalidad es el camino.
“En esta vereda no hay coca, pero en las vecinas sí, y por eso el obispo se fue entusiasmado”, dice. “Aquellas personas que empiecen a sembrar caña van a ver que les va mejor que con otro cultivo”.
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El extracto de la miel de caña es de óptima calidad, según dicen los campesinos.
Por ahora, el único inconveniente que advierten es la comercialización, dado que la miel se vende en menor cantidad, pero según Molina la idea de la panela consolidará la unión de la comunidad en torno a la productividad.
Aunque no les ha ido mal, pues 20 litros de miel se venden a $50.000, y en un día pueden lograr la meta, afirman que se puede sacarle más jugo al negocio con ejemplos como el que hay en Pacelli, otro corregimiento de Tibú, en el que con un trapiche pequeño un productor vende a cuatro mil pesos el litro, y ellos, a dos mil pesos.
“La idea es tener una mesa grande para hacer la miel, con los cajones, y estamos mirando cómo hacer”, señala Molina. “Al menos pedir prestado, porque ya hay gente que habla del comercio, pero falta aprender el proceso para hacer la panela, pero no en mesas de palo sino bien bonito”.
“De tantos problemas que nos pasan en este Catatumbo, una zona de conflicto armado desde hace muchos años, pues uno se siente bien en un momento de estos al tener el trapiche montado”, afirma Téllez, para quien es fundamental que se afiance el apoyo al campo, porque es allí donde está la verdadera riqueza.
“El problema de este país es que tenemos la tierra y todo, y lo que esperamos es que las instituciones nos apoyen”, dice. “En mi parcela tengo de todo: plátano, yuca, galpones de pollos, de gallinas, cachama, y yo no aguanto hambre, y como líder comunal eso es lo que me impulsa: saber que ya no se compra en la tienda, si podemos producir en la parcela de nosotros”.
Por eso, es mejor este oficio que garantiza la seguridad alimentaria y la libertad del campesino, mientras se endulza la vida de las comunidades que hoy los felicitan por darle un mejor sabor, más dulce, a sus laboriosas jornadas.
Los beneficiarios producen y comercializan la miel, en distintas presentaciones.