A Malta la descubrí reflejada en el esplendor entreabierto por los pájaros, hechos de sol, cuando inicié mis estudios sobre El Mediterráneo, indagando por la geografía y la historia de La Ilíada y La Odisea.
Y me sedujo esta isla breve, con un viejo faro que guiaba a los viajeros, asomando su luz entre la niebla, para atraerlos a las leyendas del pasado inscrito en las huellas del tiempo y el idilio de vientos y corrientes, ora tomentoso, ora plácido.
Entonces sembré a Malta en mí alma, le di vida, le puse una calle con nombre de cielo -se llama Azul- una esquina luminosa bajo un farol solitario y un amanecer de silencio, con el amor dibujando las sombras buenas del tiempo.
Azul tiene escaños, y matas, donde los románticos nos sentamos a leer, sin hablar, porque el único sonido posible es el rumor del aire ancestral de siglos abuelos, que pasean con su fardo de memoria lleno de melancolía.
Allí mi corazón, que sabe cómo se siente todo, palpita cercanísimo al mar, con un tropel de suspiros que lo conmueven, y él responde con olas bonitas y con una primavera invisible que sólo los ilusos vemos…
Malta es la casa del viento y, en una de sus lunas, voy a morir anhelando haberla conocido, trenzando mi esperanza, con una sumisión parecida a los hilos de una telaraña y una oración tan tenue como el aroma de las flores.
Dicen que, al otro lado del mundo, el destino construye el paralelo de cada quien, elaborando sueños que se repetirán en otros, y lo cuelga de una estrella que comienza a brillar buscando su similar en el universo…El mío está en Malta.
Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en: https://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion