En la columna anterior registre la evolución del socialismo. En 1989 cayó el símbolo del imperio soviético con la caída del Muro de Berlín y Fukuyama proclamó el Fin de la Historia con un único modelo: la democracia liberal.
La estrategia política del comunismo postsoviético contra la democracia liberal fue declararse defensor de las minorías e impulsar el revisionismo histórico, lo que llamó progresismo, mostrando el racismo blanco contra los negros en Estados Unidos como si no hubiera evolucionado, los grupos indígenas como aún subyugados, el ambientalismo anticapitalista, la ideología de género, el feminismo y otros. Así armó su caballo de Troya.
Obviamente, para todo esto necesitaba crear una nueva dialéctica e impulsar una propaganda Goebbeliana basada en la mentira, que limitara el sentido crítico de los ciudadanos, idiotizando la sociedad. Hannah Arendt escribió: “Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada.
Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal (la ruptura moral). Y un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni quererlo completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así, puedes hacer lo que quieras”. Esto probó funcionar en la Alemania Nazi y en América Latina.
Fieles a su estrategia, los mejores discípulos del fascismo llaman fascistas a los demás. Y siempre ha habido radicales y resentidos dispuestos a impulsar ideas antidemocráticas, llegando al extremo de ciudadanos occidentales convertidos en terroristas al servicio del extremismo islámico.
Y el comunismo inició su guerra cultural contra la democracia occidental, juzgando acertadamente que era más fácil acceder al poder en Occidente aprovechando las rendijas de la democracia liberal. Y lo está logrando. Hace medio siglo era peligroso ser comunista en Estados Unidos, hoy es peligroso ser defensor de las tesis que crearon los padres fundadores.
Kamala Harris, con pocos logros en su pasado, y antes por el contrario, con muchas historias grises, no se muestra como la más capacitada para ser presidente de los Estados Unidos en tiempos inéditos, profesa un progresismo radical, que seguirá debilitando mundialmente a la gran potencia como lo hace de manera radical desde Obama. Y el candidato a vicepresidente por el partido Demócrata se ufana de su socialismo y quiere una “America Roja”.
El problema es que el progresismo, como en Francia, inoculó en la sociedad su virus y hoy vemos a las grandes universidades permitiendo el movimiento anti-Israel, a Hollywood sacando películas progresistas, donde las autoridades estatales son enemigos de las minorías, a George Soros y otros progre-empresarios apoyando el radicalismo en América Latina y apoyando suspender la guerra contra las drogas, permitiendo narcoestados al sur del río Grande, empezando por su vecino Mexico.
Bien sabemos que un virus infecta más fácil organismos débiles y lo mismo pasa en lo político; institucionalidades de democracia limitada, caen más fácil al virus socialista. Las drogas alucinógenas a su vez empezaron a capturar jóvenes adormilados por la sociedad del bienestar, o a juventudes pobres en los países subdesarrollados, o a jóvenes ricos o ejecutivos yupis queriendo probar nuevas sensaciones.
El narcotráfico creció exponencialmente y con su poder económico infiltraron el estado y el empresariado, tornándose en un actor sociopolítico central. La izquierda se unió a ellos, auto reforzándose, pues tenían un enemigo común, el estado liberal. Ahora vemos en Latinoamérica el nacimiento de narcoestados progresistas.
En noviembre habrá elecciones presidenciales en Estados Unidos y se ha visto lo sucia que está siendo la campaña, donde hasta han declarado interdicto al actual presidente, por miedo a perder el poder.
Estados Unidos ya está como América Latina, donde no se vota por el mejor, sino por el menos malo; los gringos deberán definir el menos malo y asumir después su responsabilidad. Eso nos está pasando hoy en Colombia; allá también hay un candidato del Marxismo Estadounidense.
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