Empiezo por decir que a mí no me molestan los pregoneros callejeros de víveres o de lo que sea, como zapateros, quincalleros, arreglaollas y recicladores. Y no encuentro procedente que se ordene decomisarles sus megáfonos, altoparlantes y amplificadores,
¿Hay verdadera contaminación auditiva y mucho ruido en la urbe? ¿Quiere la administración municipal enfrentar verdaderos problemas? Pues ahí los tienen, y bien graves.
Enunciemos nada más unos pocos: el peligro que corre todo el mundo por la delincuencia a sus anchas; las calles llenas de cráteres; Cúcuta es una ciudad sucia; el alto índice de trabajo informal que afecta la economía; la inmigración descontrolada de venezolanos; y el crecimiento día a día del consumo de estupefacientes con una población adicta invadiendo todos los sitios y rincones, adictos que cuando no amenazan sí hasta atracan para satisfacer el vicio.
Elaborar un decreto de 9 páginas, que no lo van a leer los buhoneros contra los que está dirigido pues son personas humildes, en su mayoría analfabetas, no es muestra de competencia, de responsabilidad, de creatividad e inteligencia sino de falta de oficio, como dice el común de las gentes.
El texto del decreto se pelea con la buena redacción, la ortografía y la concordancia gramatical. En sí, para los que somos abogados, es una curiosidad. Sobre todo, para quienes conocimos códigos, decretos y leyes correctamente redactados, muy concretos, sucintos, al grano, sin blablablá ni hojarasca.
En efecto, ni una declaración de guerra a otra nación tiene más considerandos y fundamentos constitucionales y legales que el decreto 0287 del 3 de julio reciente. Y aunque trae fallos judiciales, faltó la jurisprudencia y los cuadros estadísticos que ahora estilan. Hasta mapa de Cúcuta contiene el decreto.
Se presume que un decreto del alcalde lo conoce primeramente y lo pone en ejecución la amplia burocracia que lo rodea. Pues aquí no ocurre eso: en la parte dispositiva plasmaron los científicos algo insólito: se les avisa a ciertos empleados del alcalde: ¡oigan, entérense de que su jefe, el alcalde, dictó un decreto; ustedes tienen que cumplirlo!
Véanlo: el artículo 4° manda que “el presente acto administrativo” se le comunique “a la subsecretaría de medio ambiente adscrita a la secretaría de infraestructura municipal y a la subsecretaría de gobierno de concertación ciudadana”. (¡Qué tal los nombrecitos de esas corbatas municipales!)
Siguiendo con mi defensa de los “carreteros” o vendedores ambulantes diré más: Este gremio hace parte del paisaje urbano, lo animan con sus dichos, y caracteriza a las comunidades. Yo los disfruto.
¿No tienen más seso ellos con sus pregones que quienes los persiguen?
Obligatoriamente, las amas de casa salen a comprarles pues no pueden resistirse a una oferta de estas: “Limón barato. ¿Y por qué tan barato? Porque lo traje de mi finca y lo bajé con garabato”.
Otro vendedor se desgañita así: “No empujen, para todos alcanza: naranjas, papayas, piñas, bananos”. Sin que falte el tradicional anuncio: “Tengo piña para la niña, mora para la señora, y melón para el señor”. Ahora, a cualquiera se le despierta la sed con esta provocación: “Prueben, “suerban”, beban, jarten, chupen, el rico mazato”.
Y hay anuncios perifoneados a todo pulmón que al más serio hacen reir, como este: “Coma chontaduro para que se le ponga duro”.
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