Ostentamos el único primer lugar en el mundo por la producción de cocaína y marihuana, vale decir, que vamos ganando en la carrera de destruir a la juventud. ¡Qué pesar! ¡Vemos cómo ésta cae en cualquier esquina carcomida por el vicio! ¡Juan Manuel Santos y Timochenko lograron subirnos al pódium de los malditos!
Oscurecen los cielos de la patria negros presagios. Vivimos en un país sin Dios y sin ley. En cuanto a lo primero, nuestro primer mandatario se acoge a los ritos de los mamos indígenas de la Sierra Nevada. En cuanto a lo segundo, ningún respeto por el orden jurídico ha demostrado el presidente. Desgarró la Constitución con el espejismo de la paz. En ello lo acolitan las cortes y el congreso.
Vivimos en una “dictadura blanda”. El ejecutivo copó todos los órganos de investigación y de control. Y para completar la piñata, el senado y la cámara de representantes son igualmente marionetas del presidente a través de las dádivas que el pueblo conoce como mermelada.
Aunque no se quiera reconocer, en Colombia existen presos políticos. Díganlo, si no, entre otros, el encarcelamiento difícilmente defensables de Luis Alfredo Ramos, Andrés Felipe Arias, el coronel Hernán Mejía, el propio hermano del expresidente Uribe, éste, duro contradictor del presidente Santos, y el almirante Gabriel Arango Bacci.
El gobierno carece de brújula, y no la puede tener con gabinetes semejantes a un sancocho de ideologías, moralidades - ¿o inmoralidades? - y fidelidades, gabinetes compuestos por políticos corruptos, conservadores desteñidos, ateos, señoras comunistas oligarcas, ministras en contubernio – el ente encargado de amparar a los niños - el Icbf - lo dirige también un par de lesbianas - , parásitos de empresas y de todas las administraciones como ministros de Defensa, y damas salidas de los salones de té y que les tiembla la voz en Relaciones Exteriores.
La justicia avergüenza: un fiscal anticorrupción que debió ser despedido por resultar el capo de los corruptos; cortes politizadas enfiladas hacia la izquierda y alquiladas al gobierno, y jueces venales. No hay sitio oficial en donde los nombrados o elegidos no roben a sus anchas el erario, destacándose los gobernadores y alcaldes, y para ninguno hay castigo. Reinan el contrabando sin freno, la inseguridad, el desorden general y la deshonestidad, porque de arriba viene el ejemplo. La corrupción está desbordada.
El premio Nobel de la paz que le otorgaron al presidente a pesar de que le fue adverso el plebiscito dejó muchos interrogantes. Entre esos, por qué no renunció si había prometido hacerlo en caso de que terminara derrotado, deshonrando así su palabra. El culmen de todo han sido los sobornos de la firma brasileña constructora de carreteras Odebrecht que involucran sus dos campañas presidenciales. El pueblo sabe que del escándalo lo único seguro es la impunidad.
Colombia sigue siendo pobre, subdesarrollada, con déficits en la salud, inmenso atraso en las vías de comunicación, con inflación como nunca se había visto, mínima inversión de capitales extranjeros, y con cifras por debajo de la media latinoamericana en crecimiento económico.
¿Con un horizonte tan desapacible habrá espacio para el optimismo?
Si no reaccionamos ya, en el 2018 el país estará peor, pues el estalinismo será una realidad.
Que sepa el señor Santos que la actual no es la Colombia que queremos, y menos deseamos la que nos prepara para dentro de un año de la mano de Cuba y de las Farc.
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