Era el 24 de diciembre. La misa de medianoche le correspondía a todo el pueblo. A comienzos del mes un grupo de caballeros se encargaba de recoger los aportes casa por casa y negocio por negocio. Estos caballeros eran los más prestantes de la comunidad, justamente quienes ocupaban los principales cargos públicos: el presidente del Concejo, los presidentes de los directorios Conservador y Liberal, y los tres o cuatro adinerados. Eso sí, todos honorables en muchos conceptos, honrados y modelos cívicos. Pero estos señorones, en los días de recolecta se descomponían un tanto en su conducta ejemplar de todo el año: al ser todos muy apreciados, en cada casa y en cada tienda les brindaban un aguardiente o una cerveza, de modo que al final de la jornada estaban los dones en una borrachera o juma bien grande.
La colaboración del vecindario con los gastos de la Nochebuena era extraordinaria. Así, podían comprar gruesas de voladores, recámaras y morteros; podían contratar por una semana la banda municipal y conjuntos musicales, y organizar la más grande comparsa con los más divertidos disfrazados. Ah, y mandar a confeccionar globos que se elevarían hasta perderse en el cielo en medio del suspenso y la alegría de todos. Tanto el 24 durante el día como a la medianoche con la solemne misa del nacimiento, y el 25, eran apoteósicos. El pueblo se lucía, se desbordaba en festejos.
Armando, como dijimos antes, pidió participar como disfrazado en la gran comparsa. Entre la fauna de tigres, cocodrilos, marranos, gatos, perros y otros, escogió el disfraz de oso. Con montones de musgo y de barbas de palo o de viejo encima era difícil que alguien lo reconociera. Una máscara bien elaborada comprada en algún almacén de la capital del departamento le daba todo el aspecto de un verdadero oso. Por su parte, Armando tenía gracia para actuar como dicho animal, brincar, aullar y hacer mil monerías, de modo que acaparaba la atención.
Rosalba no podía perderse el espectáculo, espectáculo de verdad para admirar, y no menos que para reír y divertirse. Así que se ubicó con sus amigas en un andén frente a la plaza principal, cuidando, sí, de no apartarse de la pared para no dar la espalda. Entre los bufones de la comparsa había uno con una máscara de joven hermoso, vestido con traje andaluz. Este era aliado de Armando. Su principal papel era hacer demostraciones de baile, y para ello invitaba a las chicas. Ninguna se resistía ante el apuesto galán y salía a danzar con él.
Le llegó el turno a Rosalba y ella, entusiasta bailarina, saltó a la mitad de la calle enlazada con el hombre, y ahí, justo, apareció el oso Armando por detrás y le dio la palmada con la voz de “mis aguinaldos”. La muchacha dio un grito, sus compañeras también gritaron, todo el mundo gritaba y se mostraban admirados por la forma como Armando había ganado, en fin, se formó el samplegorio.
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