En el silencio majestuoso del Calvario, el eco de un bello sermón salvaguarda la génesis redentora que invertiría la historia de la humanidad…
“Padre, perdónalos, porque no Saben lo que hacen.”: Lo que comenzó con una oración angustiosa en el huerto de Los Olivos termina, ahora, en la cruz, con la gracia del perdón aliviando las miserias humanas.
“Hoy estarás conmigo en el Paraíso”: El velo del templo rasgado trasluce las cruces lúgubres y, al fondo, el Paraíso surge como un sueño divino que se levanta, imaginario y generoso, ante el buen ladrón arrepentido.
“Mujer, ahí tienes a tu Hijo…Hijo, ahí tienes a tu madre”: El legado de Jesús, de su maternal María y su fraternal Juan, es una hermosa ofrenda de bondad en torno a la familia, para proclamarla como estandarte del amor.
“¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me Has abandonado?”: Una honda decepción brota de su alma con un dolor inmenso. -A veces me parece que Jesús no quiso pronunciarla-. En la soledad de la cima crucificada todo agoniza con Él…
“Tengo sed”: Más que una súplica demasiado mortal, refleja una vibrante y dramática sed de justicia, de esa fuente eterna que nos ha de saciar, pura y fresca, como el agua que nace de los arroyuelos.
“Todo está consumado”: Jesús libera al viento su obra santa, para morir en paz y adormecerse en su gloria, para transferirnos en una palabra el testimonio final de su misión…Nada hace falta, ya…el cielo se torna esplendoroso.
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”: Contempla, sereno, el instante de ilusión que da un giro a la luz, hacia esa alianza que nos abre, como a Él, al reino de Dios. Aquí cesa cualquier temor…
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