La confianza es el elemento central del desarrollo. Como se ha estudiado técnicamente, la confianza ha permitido que la democracia liberal y el mercado se impulsen mediante redes de confianza. Pero no fue hasta la revolución francesa, que sentó los conceptos de la democracia popular, que la confianza creció también entre el Estado y los ciudadanos. Hasta entonces el Estado era el Leviatán suelto, que la democracia liberal encadenó. Ello permitió que las redes de confianza salieran del núcleo familiar y limitado de conocidos para poder hacer negocios masivos entre desconocidos, confiando en un sistema legal neutral. Lograr confianza toma tiempo y requiere esfuerzo pero se puede perder en un minuto.
Al culminar la hecatómbica Segunda Guerra Mundial con la destrucción no solo de los estados sino de los países agresores, racistas y militaristas de tradición, Japón y Alemania, su reconstrucción implicó abandonar ese belicismo y volverse constitucionalmente pacifistas. Pero como hubo línea de continuidad entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, esos estados que abrazaron la democracia liberal, debían ser protegidos de la amenaza comunista, belicista y misionera, la gran potencia americana que surgió del conflicto como la gran Némesis del mundo comunista, garantizó que los protegería y ellos confiaron.
Desde la caída de la URSS y el final de la guerra fría y más aún con el ascenso económico de China la sólida unidad de criterio interna hacia los asuntos exteriores en los Estados Unidos se empezó a resquebrajar. El fin de la guerra fría, que fue instantáneo y explosivo, cogió a los Estados Unidos sin visión política y se creyeron el cuento del fin de la historia hasta que el 11S les probó que no. El no tener concepto geoestratégico postguerra fría, hizo que la reacción fuera fuerte pero poco inteligente y empantanó a Estados Unidos en Oriente Medio. Eso reforzó el viejo síndrome Vietnam lo que conllevó a un crecimiento de la izquierda. La actitud pacificadora de Obama no solo con China sino con todos sus adversarios, el abandono de América Latina, la política Trump que enredó aún más el concepto geoestratégico mundial de los Estados Unidos, además de la nula respuesta a la toma de Hong Kong por China y a su amenaza sobre Taiwán y el retorno del pacifismo obamista de Biden que tuvo su primera muestra en la huida de Afganistán y hoy en la fría respuesta gringa al ataque de Ucrania, rompió esos lazos de confianza.
Estados Unidos ya no es un socio confiable para sus aliados y ellos lo saben, aunque aquel no. Japón desmontó las restricciones constitucionales a tener fuerzas armadas e incluso quiere liberar la restricción a tener armas nucleares en su territorio y ahora Alemania sigue el mismo camino de rearme que según su visión lo convertirá en cinco años en la primera fuerza militar europea y ya discute implantar el servicio militar obligatorio a hombres y mujeres. No hay que olvidar que ambos países han sido históricamente potencias bélicas en sus continentes y ese gen no se pierde. Por eso cuando ven que están amenazados por otros poderes y su protector muestra debilidad, pasan al frente a asumir su antiguo rol.
Una Europa Occidental y Central dirigida por un gran poder, ya no solo económico sino militar, una Rusia envalentonada en su poder nuclear, un este asiático con varias potencias armadas, un Estados Unidos “aislado” de las nuevas realidades, Latinoamérica y África como frentes de lucha de baja intensidad entre Estados Unidos y sus contendientes Rusia, China e Irán, antiguas y nuevas potencias que no se quieren perder la fiesta como Turquía e India, hacen que todos los equilibrios mundiales se acaben. El progresismo gringo puso al mundo en una nueva realidad, imposible de proyectar, que hará que el poder rector geoestratégico mundial estadounidense se resquebraje y surja una nueva realidad mundial inédita, donde el mundo multilateral es un cero a la izquierda.