Los sucesivos alcaldes de las principales ciudades han encontrado en la figura del pico y placa la forma más olímpica para esquivar la responsabilidad con la planeación de las urbes y la ejecución de las obras necesarias para permitir el debido flujo vehicular.
Han asistido impávidos a los grandes cambios que se han ocasionado con el crecimiento poblacional, y a su vez con el incremento de la calidad de vida de las personas, que les ha permitido acceder a la adquisición de vehículos para proveer su movilización.
Las zonas urbanas crecen como la espuma y al contemplarse el crecimiento vertical de las edificaciones, se hace propicia una superconcentración de población, que reproduce una mayor ocupación de las vías y de espacios públicos.
Todo ese fenómeno no ha ido acompañado de una eficiente planeación que coloque una visión de futuro, de tal manera que sea capaz de advertir lo que va a suceder, de acuerdo con unas elementales proyecciones, lo que ha hecho desembocaren un caos, que suelen los gobernantes atenuar con el pico y placa, y para distraer continuamente, anuncian cambios en los horarios de la modalidad de aplicación, para mantener a la población con una expectativa que nunca va a solucionar nada.
Mientras tanto, los habitantes de las ciudades hacen esfuerzos por tener, ya no un vehículo, sino dos o tres y con ello la restricción vehicular no produce el efecto esperado. Ahora se han inventado también que en algunas ciudades es posible pagar una suma y queda automáticamente exento de la prohibición de circular.
La solución está en otras alternativas; la principal, una estricta planeación que impida el incremento de la densidad de los sectores más afectados. Pero también la construcción de nuevas vías, en donde habrá que hacer sacrificios, pues se tendrán que comprar predios para alcanzar el objetivo y habrá que pensarse en la construcción de segmentos deprimidos que ayuden a la descongestión, tal como lo han hecho muchas ciudades en el mundo.
Por otro lado, es necesario mejorar el transporte público, pues mientras no sea eficiente, agradable y seguro para el usuario, habrá cada vez más personas que se reúsan a su uso y prefieren usar el vehículo particular para transportarse.
Pero a todo esto, se requiere una atención decidida y precisa en cosas más elementales, como una debida señalización, unas calles sin huecos y una semaforización que funcione adecuadamente y de verdad sincronizada.
Las fórmulas simplistas suelen acompañar a gobernantes débiles conceptualmente y a individuos llenos de miedo frente a los retos del futuro. Lo que requiere el país es mentes audaces, que trabajen por objetivos y que tengan la oportunidad de conocer de cerca cómo han hecho las ciudades futuristas para afrontar los retos que han encontrado.
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