Así me dijo la semana pasada una amiga, que vive por allá en Australia. Es una paisana, que se aburrió de la monotonía del pueblo donde nos criamos, y se largó un día en busca de mejor vida. Después de mucho andareguiar, se radicó en Australia. Así conozco varias mujeres, cuya felicidad está en viajar, no importa con quién, ni a dónde, aunque les toque hacer lo que les toque.
Con mi amiga nos comunicamos de vez en cuando. Me llamó para decirme que en diciembre piensa venir y quiere que yo la acompañe al pueblo a sacar los restos de sus papás, que murieron sin que ella pudiera venir a darles el último adiós. Tal vez le remuerde la conciencia, y piensa llevarse sus cenizas para que la acompañen en tierras extrañas.
Cuando se despidió de la llamada, me dijo con un tonito que me supo a mamadera de gallo: “En diciembre nos vemos”. Digo mamadera de gallo, porque ella sabe de mi devoción por la literatura de García Márquez, que en estos días ha vuelto de su tumba para asistir a los homenajes que le están haciendo por su novela póstuma En agosto nos vemos.
No dijo agosto sino diciembre, pero sé que lo dijo con un brillo en sus ojos y una sonrisa de picardía. Su mensaje era subliminal: “Para que veas que yo sí estoy leyendo”. En efecto, durante mucho tiempo yo le vivía diciendo que le sacara un tiempito a su viajadera y leyera algo de utilidad. Tal vez lo hizo al comienzo, pero se cansó de leer y yo me cansé de la rogadera.
No le dije ni sí ni no, porque de inmediato me metí en el mundo del Nobel, a quien sus familiares y amigos cercanos le dicen Gabo, los lagartos hablan de Gabito, y otros le decimos sencillamente García Márquez o el Nobel. Sin embargo, decirle el Nobel tiene sus riesgos, pues cualquiera puede pensar que uno se refiere al otro Nobel, el de paz, y ya sabemos todas las maromas que tuvo que hacer el galardonado para que le dieran el galardón. En cambio García Márquez se lo ganó a punta de trasnochos y de darle tecla a su máquina de escribir.
Aunque algunos creen que eso no es trabajar. Algún amigo me preguntó cierta vez: “¿Qué andas haciendo?” “Escribiendo”, le dije. Y entonces él me contestó muy seriamente: “No, hombre, digo de trabajo.” Daniel Samper Pizano cuenta lo que le sucedía a menudo cuando no había celulares. Estaba escribiendo su columna del día siguiente para El Tiempo, y alguien llamaba al teléfono fijo: ¿“Está Daniel”? “Sí, sí está”, le contestaba la mujer. “¿Estará ocupado?”, decía la voz. “No, no, está escribiendo. Ya se lo paso”. De nada valieron ni súplicas, ni regaños.
Bueno, pues García Márquez sigue ganando fama y ganando dinero, aún después de muerto. Cuentan que cuando estaba comenzando a publicar, envió uno de sus primeros libros a una editorial argentina, de donde se lo devolvieron con una notica: “Es muy mala para ser publicada” Y un consejo: “Mejor es que se dedique, señor García, a otro oficio. Como escritor no tiene futuro”. ¿Cómo les quedaría el ojo cuando ganó el Nobel, y ahora, que muerto sigue echando vaina con sus escritos?
En agosto nos vemos la consideran algunos una mala novela. Otros dicen que es buena. Y muchos critican a los hijos por publicar algo que García Márquez no quiso publicar en vida. Yo no he podido comprarla, para dar mi opinión. Amanecerá y veremos, dijo el ciego. Y nunca vio.