La intimidad se nutre de la memoria que van dejando nuestros sueños, camino al alma, y va dando el lugar adecuado a las dimensiones de la razón, para enseñarnos lo intrínsecamente bueno.
Por ello, la existencia debe concebirse como un tribunal del tiempo que va juzgando y valorando lo que encuentra, con una severa mirada a la nobleza con la que asumamos nuestra misión humana.
E implica una nueva y continua versión de uno mismo, con el propósito de afianzar la autenticidad personal, con la certeza de avanzar en los círculos concéntricos que van hacia la perfección.
Eso se llama abstraer (separar intelectualmente las cualidades de las cosas) una responsabilidad que necesitamos acometer sin negligencia, con la visión de eslabonar una unidad corporal y espiritual.
Es que, a la vida, debemos protegerla con emociones sagradas y soportes inteligentes, para saber que lo que percibimos es lo correcto y retroalimentarnos de cada experiencia con disciplina y madurez.
Y superar las contradicciones e inconsistencias del azar, derivadas de la fragilidad de humanos, abriendo paso a la relación causa efecto para optimizar las circunstancias y esclarecer nuestra personalidad.
EPÍLOGO: Cuando seamos capaces de universalizar los actos simples, de manera tanto racional como reflexiva, veremos cómo crece y se dignifica nuestra identidad, sin desavenencias con el corazón.