Este es el título que la profesora Begoña Casas utiliza en una columna en el periódico español Cinco Días, para poner de relieve que la energía se está usando como un instrumento de guerra. Y menciona que “en el mundo económico-político se ha planteado si es la política la que condiciona le economía o si es la economía la que condiciona la política”. Es el viejo dilema del huevo y la gallina.
Hoy en Europa el tema energético es central y de la mayor importancia ante la dependencia de Europa de los hidrocarburos rusos que debilita a la Unión Europea en su posición antirrusa por la invasión de Rusia a Ucrania.
Y Putin está usando sus hidrocarburos como un arma política para “evadir” las sanciones económicas, tomando entre otras medidas la exigencia que sus suministros se paguen en rublos.
A Polonia y Bulgaria ya les cortó el suministro por no cumplir esa exigencia, que ha llevado a una fuerte contraofensiva de la Unión Europea que ya planteó cortar la compra de hidrocarburos rusos con plazo límite de un año; solo faltaba la aceptación total de Alemania, que ya la dio solicitando un tiempo para reactivar unas refinerías y puertos de importación de combustibles que tenía cerradas en su programa de reducción de uso de hidrocarburos para controlar el avance del calentamiento global.
Y este es un grave efecto colateral del ataque ruso contra Ucrania: las medidas anticalentamiento se reversaron. Porque un régimen como el de Putin, una autocracia mafiosa controlando el estado, como nuestro vecino Venezuela, es una amenaza que más temprano que tarde termina en un conflicto político.
El libro “Los Hombres de Putin” de Catherine Belton publicado en 2020 es bastante iluminador contra quien está enfrentando Occidente. Belton entrevista a un exmiembro del grupo de Putin caído en desgracia, Serguéi Pugachev, conocido en su tiempo como el banquero del Kremlin, maestro en “acuerdos” torcidos quien comenta: “Estas personas son mutantes. Son una mezcla de Homo-soviéticus y de capitalista salvaje de los últimos veinte años […] Ahora los empresarios son funcionarios del Estado”. Y Belton añade “… la cleptocracia de la era Putin pretendía algo más, no sólo que los amigos de Putin se llenaran los bolsillos […] (es) un régimen en que los miles de millones de dólares a disposición de los compinches de Putin habían de usarse activamente para socavar y corromper las instituciones y las democracias de Occidente”.
Usaron el capitalismo como una forma de vengarse de Occidente y las tácticas de la KGB soviética para crear divisiones y discordia en Occidente, para financiar partidos políticos, periodistas, académicos y obviamente apoyar todo tipo de grupos terroristas desde fundamentalistas islámicos, hasta narcoguerrillas tercermundistas, pasando por grupos anarquistas europeos.
Y eso es lo que vemos hoy en América Latina con todo tipo de periodistas y opinadores “progresistas”, partidos izquierdistas llenas de dinero para “invertir” en elecciones, alianzas con todo tipo de autocracias y demás tácticas del manual KGB soviético. Y por eso cuando algún líder de Occidente toma alguna acción que sirva para debilitar a Occidente, ese líder se vuelve un héroe de la prensa y opinadores.
Es el caso de la excanciller alemana Angela Merkel quien permitió que Europa dependiera de la infraestructura rusa de suministro de combustibles, que hoy tiene a Europa en problemas, a quien le faltó poco para ser canonizada por la prensa “progresista” mundial.
Y, por el contrario, si un líder occidental denuncia la maniobra de las autocracias de atacar a Occidente es acusado de fascista.
Es el caso del británico Boris Johnson, al que la prensa “progresista” siempre descalifica. No es coincidencia que la justificación de Putin para invadir y masacrar Ucrania es que son neofascistas, ni que ese sea el lenguaje que usa la izquierda colombiana junto al santismo para referirse a sus opositores democráticos.
Para lograr seguridad energética y alimentaria no es bueno votar por un “progresista con ideas raras”.