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Gracias a la vida
Se fue, se fue el taita querido, el ejemplo de vida, el maestro, mi gran amigo. Me embarga la tristeza.
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Domingo, 8 de Diciembre de 2024

Mi padre murió esta semana. Lector infatigable, fue construyendo con los años una biblioteca seria, alrededor de la cual transcurrió, a su lado, mi juventud. Muchas fueron las tardes y noches que compartimos entre conversaciones y libros en la mano. Tenía la costumbre, que en mi se hizo vicio, de leer en paralelo dos o tres libros.

El derecho internacional público fue su pasión. Ya maduro, pudo dedicarse, para su felicidad, solo a ello. Sus libros y centenares de artículos, publicados en las revistas más importantes del mundo, son hoy guía de quienes deambulamos por la materia.

En plenitud de su vida, fue elegido juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y sus colegas le hicieron el honor sin antecedentes de elegirlo dos veces su presidente. Después fue magistrado de la sala de apelaciones de los tribunales internacionales de Ruanda y de la Antigua Yugoslavia, antecesores de la Corte Penal Internacional. Y presidió también el tribunal internacional que puso fin a los litigios entre Argentina y Chile.

Javeriano hasta la médula, convencido de que la educación era el único camino para el progreso, presidió el consejo que dio vida a la Sergio Arboleda y participó en la creación del CESA. Lo invitaban a dar conferencias y seminarios por todo el mundo, siempre contento de compartir su sabiduría con los más jóvenes. Recorría los salones de lado a lado, con un pielroja sin filtro en la mano. Sus alumnos, miles, lo adoraban. 

Su compromiso con Colombia no admitía vacilaciones. Conjuez de la sala constitucional de la Corte Suprema de Justicia, se salvó por un pelo de caer muerto en el salvaje ataque del M19 al Palacio de Justicia, donde murieron muchos de sus más cercanos amigos. Más tarde, en plena época de los extraditables, los narcos lo buscaron para ofrecerle una fortuna que jamás había visto ni vio en su vida, con el fin de que ayudará a tumbar el tratado de extradición. Rechazó sin dudar un segundo la oferta, que venía con la amenaza de plata o plomo, asumiendo los riesgos que, por fortuna, nunca se concretaron.

Convencido de que la Fuerza Pública es el pilar de la Nación, se hizo oficial de la reserva y fue consultor del mando, sin cobrar jamás un peso. Aunque mis malquerientes lo culpan de ser copartícipe de la derrota con Nicaragua, lo cierto es que si los gobiernos y cancillerías le hubieran hecho caso, que no ocurrió, no hubiéramos perdido, porque advirtió oportunamente que debíamos retirarnos de la competencia de la Corte Internacional de Justicia. 

Sí, fue un formidable jurista, un juez prudente y sabio, un magnífico maestro, y un patriota a carta cabal. Si hubieran algunas decenas como él, el país sería otro y mucho mejor. Pero, por encima de todo, fue un hombre íntegro y bueno hasta la médula de los huesos. Nunca negoció sus principios. Era un caballero de los de antes, infinitamente prudente y sencillo, vertical, honrado hasta con los centavos, su palabra valía más que cualquier contrato y así lo sabían sus clientes, sus colegas y sus contrapartes que, sin excepción, lo respetaron. Huérfano de padre desde muy niño, trabajador incansable desde la universidad, que debió pagarse él mismo, silencioso filántropo, generoso sin límites con quienes lo necesitaron. 

Serísimo, ratón de biblioteca, ajeno a la vida social que creía una pérdida de tiempo, fue sin embargo amoroso como ninguno con su familia y sus más queridos. Y quiso a mi madre con esos amores viejos, de antes, incombustibles, eternos. En estos días de agonía, en pleno delirio, cuando logramos por fin que mamá, también enferma, pudiera visitarlo, la reconoció, sonrió, le dijo que quería decirle “cosas de amor” y, después de tomarle la mano, se hundió de inmediato en sus alucinaciones. Esas inexplicables y preciosas conexiones vitales…

Se fue, se fue el taita querido, el ejemplo de vida, el maestro, mi gran amigo. Me embarga la tristeza y, sin embargo, paradoja, también la alegría incomparable de que fuera mi padre y de haberlo disfrutado tantos años. No puedo sino darle gracias a la vida.  

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