Pasaron las elecciones presidenciales en Estados Unidos y los republicanos encabezados por la fórmula presidencial Trump-J. D. Vance barrieron: ganaron el poder ejecutivo y el control del legislativo. No solo ganó Trump como cuando compitió con Hillary Clinton, por Colegios Electorales, sino que también ganó el voto popular. Ganó donde había ganado Biden y ganó incluso con la inédita votación Amish. No solo ganó Trump, barrió.
La gente se cansó de observar una inmigración desaforada que aumentó la inseguridad, de ver las calles de las ciudades gringas llenas de zombis por las drogas “legalizadas”, de justificar la violencia y el irrespeto a la autoridad en la pobreza, de la lucha de clases ahora convertida en la venganza de las minorías, de los derechos sin deberes y del revisionismo histórico. En resumen, la gente se cansó del progresismo, del socialismo, que marcó el gobierno Biden-Harris. Y entendió que el concepto de un estado gigante e intervencionista, vía la extracción desaforada de impuestos a la gente trabajadora para mantener a los “pobres”, condena a estos a la pobreza, pues no buscan trabajo porque pueden vivir relativamente cómodos por cuenta del estado y al resto de la sociedad al subdesarrollo.
Ni siquiera una prensa apoyando masivamente a los demócratas, que se enfocó solo en “parar a Trump” renunciando a cualquier código de conducta, para lo cual ocultó información, sesgó encuestas, y en varias ocasiones, mintió abiertamente, fue capaz de revertir esa ola antiprogresista que se verá reflejada también en Europa Occidental prontamente. Mil millones de dólares dieron los grandes empresarios progresistas, encabezados por el tristemente célebre Soros, para el mismo fin y lo propio hicieron la industria del cine, el entretenimiento y la Academia. Eso que Milei llama la “casta”, la asociación de empresarios con fuertes intereses en el Estado Progresista y los políticos de izquierda fue la gran derrotada.
La casta (y las casas de apuestas) sabía que Trump ganaría (con encuestas reales que no muestran) y fue por eso, por lo que de manera grotesca sacaron a Biden de la carrera y pusieron un comodín que intentarían inflar a punta de prensa. Ningún peso pesado republicano aceptó el reto; Hillary Clinton no se arriesgó perder dos veces con Trump, eso la jubilaría, y para Michelle Obama, quien aspira a llegar a la Casa Blanca, una derrota se la alejaría. Pero ka-mala escogencia fue Kamala, quien estaba muy lejos de tener perfil presidencial y menos en esta época convulsionada; no tenía ninguna idea propia, solo es una activista radical y se comportó como producto fabricado. Hasta renunció a su radicalismo, por decisión de quienes la manejaban, e intentó parecer algo conservadora, no antisemita, no tan opuesta al porte de armas y fuerte con la inmigración masiva, entre otros, para lograr votos de la derecha, pero se vio falsa, acartonada y sin profundidad. Para colmo, escogió un rojo de Sanders como fórmula vicepresidencial.
El socialismo tiene la estrategia de crear al principal oponente como un “coco de ultraderecha fascista” al cual demonizar. El petro-santismo creo el “coco” de Uribe y les funcionó, la izquierda gringa creó el “coco” de Trump y fracasó estrepitosamente.
Trump 2.0 llega con el encargo de reversar el socialismo de la izquierda demócrata, con muchas expectativas sobre su política internacional y con el riesgo de la oposición agresiva del progresismo desde todos los ámbitos, incluso con un nuevo atentado contra su vida. El déficit fiscal y el endeudamiento interno que dejan unos demócratas “regalones con vocación social”, es el gran reto interno para Trump.
Este no es el segundo tiempo del gobierno Trump, la realidad interna y externa es absolutamente distinta, por lo que esperamos que aprendiera de sus errores pasados; los riesgos que tenemos son muy altos. Y si lo hace bien, el vicepresidente Vance se convertirá en un líder joven capaz de enrutar a los Estados Unidos.
Muy pronto vendrán grandes cambios en Latinoamérica y el mundo.
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