La gente en Colombia ha sabido arreglárselas, sin contar con el Estado. Nunca se ha arrugado ante la adversidad, desarrollando una gran capacidad organizativa, no solo de rebusque, para sobrevivir y para abrirle espacio a sus iniciativas, a su afán de progresar. Colombia es pobre en la presencia y acción del estado, pero rica en esas iniciativas y acciones de origen comunitario o de grupos con intereses compartidos; en lo que los sociólogos llaman capital social, base fundamental para el desarrollo de un país y de su fortaleza, que le permite funcionar como una sociedad organizada, capaz de adaptarse y de enfrentar los desafíos de la realidad que se le presentan permanentemente, gracias a la capacidad de resiliencia que le da ese capital.
Aprendimos a lo largo del período colonial y en el primer siglo republicano que el productor aislado "es una brizna al viento", condenado a sucumbir, ante la indiferencia de un estado distante y capturado por intereses particulares. Como consecuencia, y en ello el sector agropecuario se destaca, fueron naciendo los gremios, a medida que la economía se desenvolvía y avanzaba, agrupando, representando y complementando la actividad de sus afiliados, al ritmo del progreso diversificado de la producción. El primero fue el de los cafeteros; luego vendrían los cerealistas, cacaoteros y cañicultores, los algodoneros y los ganaderos, los floricultores y los fruticultores.
Ahora, con el gobierno de Petro, engolosinado con un equivocado estatismo ramplón, vale la pena mirar a nuestra realidad, para reconocer y valorar que en ella están los elementos que nos constituyen y nos pueden transformar, al ser expresión clara de la fuerza y el enraizamiento que tenemos como sociedad, economía y regiones. Se destaca el conjunto de gremios y asociaciones de productores, no solo agropecuarios, valiosísimo activo social que reclama ser perfeccionado, para que asuman plenamente dos realidades centrales de la Colombia de hoy. Primero, la diversidad de productores - grandes, medianos y pequeños - a quienes deben integrar y representar en su diversidad, yendo más allá de los grandes y poderosos, pues el poder y la fuerza social que transforma, el que se requiere, es el del sector productivo como tal, no el de unos productores individuales.
En el universo agropecuario, la meta es lograr un desarrollo rural a partir del trabajo mancomunado y complementario de empresarios, comunidades y gobiernos locales, que impulse programas de desarrollo rural integral y territorial. Esa visión integral y territorial, es el segundo perfeccionamiento requerido en sus políticas y actividades. Las experiencias del viejo programa de Desarrollo Rural Integral (DRI) y de su continuador, el Plan Nacional de Rehabilitación (PNR), reclaman ser evaluadas para adecuarlas e integrarlas a los nuevos escenarios y condiciones. El conjunto de los empresarios, junto con las comunidades y gobiernos locales donde operan, son el triunvirato territorial sobre el cual urge asentar la dinámica del desarrollo rural, motor de la transformación de Colombia, a partir de la dinámica renovadora de sus territorios, que incorpora a la economía urbana industrial, como fuerza complementaria.
Este es el punto de arranque, mientras se logra la renovación fundamental de la política, su reinvención y con ella, la de la acción de los políticos. La realidad no da espera.
Les agradezco su acompañamiento como lectores en este durísimo año que termina. Que tengan un buen descanso, nos lo merecemos, para enfrentar animados un año bisiesto. Nos vemos virtualmente en enero. Va un abrazo cargado de esperanza.
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