El litio es un elemento químico sólido, sumamente reactivo y ligero, cuya composición es parecida a la del sodio, abundando dentro de los salares y rutas volcánicas. Su principal característica es ser un excelente conductor de electricidad y calor.
Su densidad es la mitad de la del agua, siendo empleado especialmente en aleaciones conductoras del calor y en baterías eléctricas.
Además, es utilizado como refrigerante por su alto calor específico; para la fabricación de grasas lubricantes a partir del hidróxido de litio; para fabricar teléfonos móviles sustentado en el niobato de litio; para absorber neutrones en la fusión nuclear; mezclado con otros metales para fabricar piezas de aviones; siendo fundamental en los tratamientos del trastorno bipolar y la depresión porque el carbonato y el citrato de litio son estabilizadores del humor; para la fabricación de lentes focales para telescopios y gafas comunes; y, para crear baterías desechables y recargables.
Pero esta no es una clase de química, sino un modesto análisis de la importancia creciente del litio como energía alternativa que parece sustituirá a los combustibles fósiles, que conocemos ocasionan contaminación ambiental y el efecto invernadero, que tienen a la humanidad por las inundaciones, sequías que afectan la agricultura, el aumento del nivel del mar por el deshielo de los glaciares por el aumento de las temperaturas, camino a su extinción. De allí, la importancia creciente del litio.
Este mineral por sus múltiples usos es considerado como “estratégico”, razón por la que su explotación viene creciendo año tras año.
En medio de un debate global sobre la importancia del litio en la transición energética y de acciones de gobiernos y empresas para hacerse de su control, el precio internacional de este mineral clave en la elaboración de autos eléctricos se ha disparado por sobre el 450 por ciento en el año reciente. Según analistas, el encarecimiento del llamado “petróleo del futuro” es consecuencia de una elevada demanda mundial conforme avanza la producción de baterías para vehículos eléctricos, no siendo su producción suficiente.
Por ello, que incrementar la oferta es vital, pues de acuerdo con un estudio “Producción y consumo de litio hacia 2030”, en la próxima década casi el 75 por ciento de la producción mundial de litio tendrá como destino la industria automotriz.
De acuerdo con el Servicio Geológico de Estados Unidos, más de la mitad del litio del mundo está en Suramérica en un triángulo conformado por Argentina, Bolivia y Chile, lo que ha despertado el interés de gobiernos e inversores de otros países por entrar a dichos mercados. Además, en México se encuentran yacimientos, al igual que en Australia y en el propio Estados Unidos.
Las dos primeras potencias económicas, China y Estados Unidos no quieren perderse la oportunidad de contar con este elemento clave para fabricar las baterías que utilizan los autos eléctricos, en un mercado en expansión al que están entrando cada vez más jugadores. Por ello que cada vez es más usual que altas autoridades de esos y otros países manifiesten interés por negociar buenas condiciones para asociarse e invertir en su explotación y comercialización.
Hace contados días, Boric -el joven presidente chileno- propuso a sus connacionales una Estrategia Nacional del Litio. La reacción internacional fue muy positiva, no así la del sector privado de su país, que parece no compartir que, como todo mineral, el litio de acuerdo a la Constitución es un bien público de propiedad de todos los chilenos por lo que cualquier asociación para su explotación debe ser con a lo menos en un 51% nacional, no implicando ello ninguna expropiación como intencionadamente se hace creer.