Nuestra ciudad, Cúcuta, no es ajena a los defectos sociales, ecológicos, políticos y de planificación propios de la posmodernidad en un entorno globalizado y a merced de dinámicas claramente especulativasque plantean claramente desafíos asociados a la arquitectura y el urbanismo. Hechos que deben ser abordados más allá de los aspectos estéticos y formalistas vacuos, sino desde la ética profesional que suele estar muy presente en la teoría, el discurso y la academia, pero no en la práctica, que es a menudo violenta y destructiva con el tejido social y ambiental.
La degradación de los recursos naturales, los procesos informales de urbanización o mal llamadas invasiones y la especulación inmobiliaria por la poca aplicación de herramientas de gestión del suelo, solo se pueden enfrentar con un cambio de paradigma que, seguramente deberá ser impulsado desde la conciencia cívica y ciudadana, y respaldado por los arquitectos comprometidos tanto con lo social como con lo ecológico. Ante este panorama, no podemos dejar lugar para el pesimismo o la resignación. Lo privado y lo público, intrínsecos a la condición humana, coloca la importante tarea a los arquitectos de proyectar los adecuados espacios para ambas esferas.
Más allá de cualquier pensamiento o ideología política, la figura del arquitecto en la ciudad, cómplice del poder, elitista y solo afanado por la estética o lo fotogénico de sus obras que tanto ha calado en las redes sociales, pierde toda la legitimidad en el momento en que esto no es realmente la representación de los intereses de una ciudadanía cada vez más consciente de sus derechos y de la necesidad de preservar el planeta, a los que los arquitectos de la ciudad no pueden mirar de soslayo.
“No existe realmente ningún desastre natural (…). La sociedad y el entorno determinan su impacto y, a veces, incluso su causa”; afirma June Erlick, autora del libro “los desafíos en la era de cambio climático y cómo enfrentarlos”. Si se revisa lo sucedido en Gramalote, Providencia, y en los asentamientos informales de nuestra ciudad cada vez que llueve, el mayor impacto no resulta en mayor parte del vigor de la naturaleza, sino que surge de las condiciones socioeconómicas cuyos reflejos son las precarias construcciones o falta de planeación y respuesta por la debilidad del Estado.
Cúcuta fue arrasada por un terremoto en 1875, y hoy resulta complicado predecir cuándo volverá a ocurrir, pero desafortunadamente no es complicado pronosticar que cuando suceda, causará mayor impacto en las construcciones informales y en aquellas que, aunque formales de todos los estratos son construidas con especificaciones y materiales diferentes a los aprobados por la ley. Ojalá, no nos vuelva a coger tan mal preparados otro “desastre natural”, donde los arquitectos somos para la ciudad y si no somos parte de la solución, somos parte del problema. Esa es la moraleja.