Veamos unos ejemplos de lo que podemos llamar delicadeza moral. Traeré solamente tres casos, citados a expensas de mi flaca memoria:
Primer caso: don Marco Fidel Suárez (presidente de 1918 a 1921) envió a un hijo a los Estados Unidos para que allí lo trataran médicamente; los costos eran elevados, por lo que el mandatario se vio obligado a vender sus próximos sueldos. ¡Ahí fue Troya! Su enemigo y copartidario Laureano Gómez le hizo tal debate en el senado que el escrupuloso y recto mandatario escogió el camino de la renuncia. No podía tolerar que su honor fuera manchado de forma tan atroz.
Segundo caso: Alfonso López Michelsen(1974-1978) nombró de gobernador para Caldas – si no me equivoco – a un político que vivía en unión libre con una dama (en esa época la sodomía no era bien vista ni había matrimonios homosexuales). López era un liberal izquierdista, de los llamados “comunistas del Chicó”, ateo y masón, pero llevaba su vida pública y familiar – valga reconocerlo - conforme a los cánones religiosos, culturales y sociales en boga. Pues resultó que el obispo de la diócesis de Manizales tronó contra el gobierno por semejante ejemplo de inmoralidad, ¡ni más ni menos que el primer mandatario del departamento amancebado! El presidente López retiró al hombre de la gobernación.
Tercer caso: Virgilio BarcoVargas (1986-1990) nombró de ministro a un prominente cofrade suyo que ocupaba una embajada. El diplomático trajo entre su menaje un lujoso carro, y utilizó su influencia para no pagar derechos aduaneros de importación. La prensa nacional armó el alboroto. En el primer consejo de ministros, el nuevo ministro esperó la oportunidad para pedirle la palabra al señor presidente y explicar su conducta. Barco, con toda diplomacia y displicencia le dijo al secretario del consejo que pasaran al siguiente punto. El recién estrenado como ministro se quedó helado y, de consiguiente, entendió el mensaje. Al salir del consejo presentó su renuncia.
Otrora, no es que los presidentes y sus colaboradores fueran unos santos, pero por lo general honraban el cargo con una hoja de vida sin antecedentes penales, ajustada a la ética y a las buenas costumbres. En cuanto a ilustración, el gobernante designaba a los más capaces y sabios y a verdaderos expertos, casi todos educados en las mejores universidades del mundo, sin títulos comprados o falsificados. Referente a sus modales, no solo por ser miembros o aceptados en los clubes sociales de renombre, se distinguían por la elegancia en su presentación – no se diga las primeras damas – al punto de ser verdaderos gentlemans, o, como rumoraban las abuelas, “se sabían vestir”, daba agrado y orgullo su porte. La chabacanería, el mal gusto y la patanería eran inconcebibles.
Además de los valores morales,en el presente se ignoran la etiqueta, el protocolo, la buena educación y la decencia en el hablar y escribir.
Condición sine qua non para los altos cargos hoy es, ojalá, haber sido compañero de Petro en el M19.
También, antes de este gobierno existía respeto por la dignidad que se representaba, al igual que por los actos y acontecimientos solemnes; como puntualidad y decoro.
Porque estamos en el gobierno del cambio, según Petro.
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