El libro “La Ola Humana” de Paul Morland, muestra como un mito muy arraigado, no es verdad: la población mundial no seguirá creciendo y creciendo. Esta “verdad” ha llevado a desarrollar complejos modelos matemáticos erróneos, mostrando como tarde que temprano, volveremos a la trampa maltusiana de incapacidad de recursos para mantener una población creciendo exponencial y permanentemente.
Pues bien, el crecimiento poblacional sigue comportamiento como de pandemia, y aunque todos teníamos la idea que íbamos en subida, la verdad es que ya habíamos pasado el pico de la curva. Por regiones del planeta, la única que está creciendo es el África subsahariana, mientras que ya países como Rusia y Japón están empezando a sufrir reducciones poblacionales. Hay dos factores que a nivel planetario inducen el crecimiento poblacional, las tasas de natalidad y mortalidad.
Si ambas bajan, lo que está pasando en gran parte del planeta, y las tasas de mortalidad son mayores que las de nacimiento, la población se empieza a reducir y envejecer, con el impacto económico que ello trae. Nos enfrentamos con una nueva realidad poblacional mundial de un envejecimiento poblacional con la carga fiscal que eso representa, con el decrecimiento de la población económicamente activa y su efecto nocivo en el desarrollo económico.
Lo que cambia el equilibrio entre países son las tasas netas de migración y países que logren tener un modelo económico que absorba esos jóvenes migrantes de manera inteligente podrán retrasar su declinamiento; los que expulsan población, como la patria de los elenos, Venezuela, están condenadas a la miseria.
Lo trágico es que ese envejecimiento y declinamiento poblacional se da no solo en los países más desarrollados, sino que lo hace también en América Latina, la penúltima región en la carrera por el desarrollo, solo por delante del África subsahariana. La diferencia con África es que su crecimiento poblacional es ascendente y si logran salir de la trampa de pobreza de la economía extractiva y de la ideologización socialista, aún podrían avanzar.
Eso no sucede con los latinoamericanos que dejaron pasar su cenit “juvenil” de la población promedio, sin avanzar en el desarrollo; nos quedamos atrapados en modelos económicos de extracción de rentas monopólicas públicas y privadas, doblado en una ideologización hacia la economía colectivista, cuyos resultados toda persona racional conoce. Como dice Morland “envejecimos antes de ser ricos”. Sólo nos queda votar con los pies, en palabras de un analista, o sea, emigrar.
Otra leyenda que uno ve en muchos columnistas “progresistas” son los logros del socialismo escandinavo. Ese famoso “socialismo” jamás destruyó las bases de la democracia liberal como lo hace el “socialismo” filocubano: no acabó el sector privado, lo impulsó; no tuvo “líderes” sino administradores públicos, con todos los controles, y; la separación de poderes se mantuvo intacta y su justicia era parte del sistema, no enemiga, como sucede en Colombia hoy.
La tan mentada sociedad del bienestar se debió a tres factores esenciales: la necesidad de eliminar las causas intrínsecas de inequidad ante la ley que llevó a las dos guerras mundiales, el llamado baby boom o la explosión de nacimientos de posguerra que duró hasta los años sesenta y logró que esos países tuvieran la mayor parte de su población en edad de trabajar en un sistema económico de desarrollo de mercado, y que lo pudo lograr con la plata que los Estados Unidos les inyectó, lo que usualmente se olvida también en la Europa mamerta.
Cuando los porcentajes poblacionales cambiaron y los países se envejecieron, la tensión fiscal se hizo insostenible, los países escandinavos no siguieron “manteniendo” la sociedad de bienestar a punta de “impuestos” sino que privatizaron lo privatizable, pasando a la ciudadanía el costo de mucho de ese bienestar. El caso sueco tiene libro y todo. Hay muchos más mitos como la importancia de lo rural en un mundo urbanizado, la inseguridad es por la pobreza y todos sirven en Colombia para seguir el discurso mamerto.
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