Mes contradictorio, éste que acaba de empezar. Su nombre significa octavo mes y en realidad no es el octavo sino el décimo mes del año. Era el mes en que comenzaban leves lloviznas que desembocaban en los aguaceros de noviembre, pero ahora llueve, hace calor, hay tempestades y sequías, todo es un relajo climático, con huracanes e inundaciones en muchas partes, mientras en otras, el verano y los incendios causan estragos.
Recuerdo una vieja canción que decía: “De las lunas, la de octubre es más hermosa…”, y ahora ni siquiera sale la luna. Los atardeceres de octubre se adornaban con el arcoíris, hoy se adornan de nubarrones y truenos y relámpagos.
Hasta hace poco tiempo, en octubre celebrábamos con bombos, platillos y maracas el descubrimiento de América. En las escuelas se hacían veladas con declamaciones a Colón, a la madre patria y a las tres carabelas. En los colegios se organizaban semanas culturales resaltando la labor de los descubridores y conquistadores que nos trajeron el idioma, la religión católica y la cultura hispana. En las academias de Historia se organizaban sesiones solemnes –discurso de orden incluido- en las que se analizaba la influencia europea en nuestro modo de hablar y de ser. ¡Y todos felices!
Al lado de los festejos por el descubrimiento de América, se empezó a celebrar el Día del árbol, el mismo 12 de octubre. En las orillas de los ríos sembrábamos arbolitos, y en los parques y en las zonas despobladas. A los tres días los arbolitos estaban secos, pero habíamos cumplido con el deber patriótico y ambiental de reforestar un pedacito de conciencia.
Un día alguien amaneció diciendo que en lugar de celebrar el descubrimiento de América, era mejor celebrar el Día de la Raza, la nueva raza que había surgido al entrelazar sangre europea con la indígena. El nuevo mundo le aportaba al viejo, una nueva raza, y eso había que celebrarlo.
Como no faltan los inconformes, se empezó a decir que lo que se debía conmemorar era el valor de la raza indígena que había sido ultrajada, diezmada y saqueada por el invasor español.
En consecuencia, no había nada que celebrar. Al contrario, el 12 de octubre debía pasar a la historia como una fecha aciaga, en que se inició la destrucción de una raza y su cultura, y el saqueo de todas nuestras riquezas. Somos un país pobre porque los españoles se llevaron nuestro oro. Y somos un país ignorante porque el invasor destruyó nuestra cultura autóctona, la india.
Y como hay que demostrar con hechos lo que se piensa, iniciaron el derrumbamiento de estatuas y monumentos que tuvieran algún origen español. Sebastián de Belalcázar en Cali, Jiménez de Quesada en Bogotá, Fernández de Contreras en Ocaña, por ejemplo, fueron a dar al pavimento, en medio de gritos de histeria de universitarios y líderes indígenas y militantes de eso que llaman Primera Línea.
Octubre contradictorio, que celebra, por igual, el Día de las Brujas y el Día de los Niños, como si fueran una misma cosa. A los niños los disfrazan de cualquier cosa: de reinas, de hadas, de animales, de policías, de superhéroes, de gente famosa. Y las brujas verdaderas ¿de qué se disfrazarán? Las brujas existen, aunque no hay que creer en ellas. Lo bueno es que no todas las brujas son feas. Hay algunas muy bonitas pero que son muy brujas: se meten en todo.
Mes de contradicciones, este octubre. El último día del mes lo dedican las entidades bancarias a festejar el Día del Ahorro. Pero en un estado socialista ¿quién puede ahorrar?