Dijimos hace días, que uno debe tener un libro fijo en el nochero y dos o tres según la capacidad de asimilación de lectura de cada cual que, además, son las novedades del momento y las circunstancias.
El otro día les comenté que el fijo de mi nochero es “La Cultura” todo lo que hay que saber, de Dietrchc Schawanitz. Fui a “Filbo” con una corta lista preparada con información de los comentaristas de algunas editoriales publicitadas en la sección cultural de las revistas de buena circulación nacional.
Llevaba anotado “Los tangos” de Jorge Luis Borges, que la editorial “La casa del Lector” de Madrid venía anunciando desde finales de 2014.
Un seriado de charlas del maestro argentino, que en Antioquia y en el viejo Caldas publicaban en las ediciones dominicales los periódicos de la región a mediados de los sesenta.
El entorno manizaleño determinaba la afición al tango por el clima, la topografía, la idiosincrasia comunal, el mundo mercantil de supervivencia que giraba en cafés y cafetines, entre “el polo” y “el Osiris” con tinto y pintadito y meseras de enmarcar, uno que otro grill y los burdeles de arenales, era el escenario natural para aficionarse al tango, si había buena disposición por el aguardiente y quedaba tiempo para oírlo.
Pues Tangos y milongas oíamos por la radio desde la madrugada hasta el anochecer, como en Arauca la música llanera todo el día desde la colada del tinto hasta la última masticada de del “chimú”, o en Ocaña el vallenato que es un murmullo inacabable a todo volumen, con la ventana abierta.
En todas partes los estudiantes de Derecho tenemos muchas ventajas.
Por ejemplo, diariamente solo vamos a clase medio día y solo dormimos 7 horas. Quedaban pues 17 para repartir entre el tenis, el teatro, estudiar una hora y tomar aguardiente en la medida de las posibilidades que eran muchas. Puedo asegurar que no había entre los de mi generación, un estudiante de Derecho que no pasara un mínimo de dos horas en cualquier café o cafetín conversando y “paliqueando”, con tangos y milongas como fondo musical a lo largo de la avenida 23.
Nuestro grupo medio bohemio y medio revolucionario, coetáneo con las jornadas de mayo, el furor de hipismo, los vientos de la revolución cultural, giraba en una mesa con todos los matices, bajo la férula intelectual de Filiberto Botero, de Ramírez Cardona, Cruz Vélez y mientras se publicaban la charlas de Jorge Luis Borges en el seriado de los magazines dominicales, desde 1965. De tal manera que el libro que pronto saldrá y que no encontré en Filbo, pues lo menos que me produce es una nostalgia infinita.
Botero y Ramírez Cardona eran apasionados cultores del tango, de Gardel y de su historia. Íbamos como guiados por sus manos en este curso acelerado, que debía culminar con clases de baile en el “Bin-Ban-Bun”, en Black Horse o en la cuevita de Arenales, que no tenía pista, solo mesitas de madera, para eternos conversatorios aguardientados, aprendiendo letras como: Ventanita de Arrabal, Mano a mano, “Yira Yira”, tomo y obligo, Criollita decì que sí, el día que me quieras, Mi Buenos Aires querido y tantas otras.
De tales charlas de Borges, confirmamos la versión de Botero y Ramírez Cardona, que Carlos Gardel solo comenzó a grabar tangos en 1917 y no como se comentaba en cafés y cafetines por los tangueros sabios de la galería de Manizales desde 1907, que cantaba en derredor del Centenario en la zona de los abastos con parroquianos de cafetín de O`Rondeman. Borges lo confirmaba, ese periodo fue de formación “canora” al decir de los porteños, iban de valses, una vidalita y canciones folclóricas determinada por el eje “Cuyo-Buenos Aires”. De 1914 en adelante, surge una curiosa situación, como la asociación de Gardel con José Razzano, en una “topada”, que nos recuerda mucho la circunstancia vallenata de la gota fría y el duelo de Lorenzo Morales y Emiliano Zuleta en 1938. Una topada era un encuentro entre cantores rivales, solo que en esta ocasión no surgió un disentimiento, sino la asociación por varios años de Carlos Gardel y Razzano. Ahí queda la referencia, para nostálgicos de la Universidad de Caldas, pa
ra Carlo Julio, “el toche” Alfonso López, un agrónomo cucuteño que se me esfumó, compañero para poner “conejos” y fugas al trote del “grill Bulerías” en la calle 23 de Manizales. Un libro que producirá nostalgias.
Adenda: En la tormenta desatada por la división conservadora, fríamente calculada por Corzo, Gómez y Ciro, cada día se conocen más datos de la anti-encuesta. Por ejemplo que William Villamizar tan godo como García Herreros tuvo una favorabilidad del 32% y el escogido solo el 7%. Las encuestas las gana el que las manda a hacer, en este caso Barguil. Se les advirtió, se les dijo, se pasaron los consejos por la faja y ahí está… ¡“el desequilibrio” de poderes!