Hace unos días, observé por una arteria principal de la ciudad, un motociclista que llevaba de parrillera a una mujer, quien cargaba en sus brazos a una criatura de meses de nacido. El imprudente conductor, adelantó varios vehículos por la derecha como es la mala costumbre de la gran mayoría de moteros, pero no contento con eso, pasó una luz en rojo del semáforo y giró a la derecha en sitio prohibido. Al ciudadano perfectamente le podrían imponer un comparendo con varias causales, seguro que el costo de las mismas, perfectamente le podría alcanzar para pagar servicio de taxi, pañales y muchas otras cosas que de seguro no dispone.
Otros días, he observado que sin rubor alguno, son cientos de padres de familia que transportan a sus hijos menores de catorce años en su motocicleta, algunos en total estado de somnolencia, pero la situación es de poca importancia para estas personas que solo se dan cuentan de la gravedad del asunto cuando ocurre un accidente, que por lo general ellos mismos provocan.
Los dos ejemplos relatados, son el común denominador de lo que sucede en el Área Metropolitana de Cúcuta, aunque es mucho más visible en la capital, toda vez que es donde se concentra la mayor población estudiantil, pero infortunadamente no existe probabilidad alguna de corregir el problema, dado que los responsables de la parte operativa del tránsito, no aparecen para aplicar las normas vigentes, motivo por el cual no podría entender que la administración quisiera destacar logros en materia de movilidad, cuando lo que se percibe es todo lo contrario y las buenas nuevas serán para el 2050.
La Policía Nacional en su especialidad de Tránsito y Transporte, en compañía de funcionarios del Instituto Colombiano de Bienestar y demás Secretarios de Despacho del orden municipal que tengan relación con la educación, la cultura y la seguridad ciudadana, deben crear un bloque para proteger a todos los niños y niñas menores de catorce años, que sin pena alguna son movilizados en motocicletas, en descarada contravención de las normas vigentes, los cuales se convierten en las principales víctimas de la accidentalidad, dada su vulnerabilidad.
La ciudad que queremos, debe tener un alto insumo de compromiso social que hasta la fecha es muy débil, porque las estrategias no llegan al destino final y muchas de ellas se quedan en anuncios. Es urgente atender la situación de riesgo a la que a diario se exponen a nuestros menores.