Eduardo Verástegui es un productor de cine y artista mexicano reconocido, aunque el presidente López Obrador dijo virtualmente que había oído hablar hacía poco de ese actorcito. Obviamente López tenía que hablar así pues mientras él es ateo y comunista el otro es católico practicante y ahora dirigente político de derecha. Incluso se anunció como candidato presidencial del próximo año por su movimiento “¡Viva México!”.
Sintiendo que, pese a su fama, a su éxito con las mujeres por su atractiva presencia, al dinero que ganaba y a los lujos de que gozaba, había un vacío en su vida, se percató de que solo la espiritualidad lo superaría. Era un católico superficial, tibio y sin firmes bases de conocimiento, por lo que se propuso comprometerse a fondo con la religión. Se produjo entonces su verdadera conversión. Su meta en adelante sería hacer el bien. Fue así como en Los Ángeles, por intermedio de su colega y paisano cineasta Alejandro Monteverde, conoció a Tim Ballard, un exagente federal que se dedicaba a rescatar niños secuestrados para el tráfico, el abuso sexual, la muerte y la venta de sus órganos.
Ballard y su socio le contaron las misiones que habían realizado en todo el mundo, con resultados gratificantes de unos dos mil niños liberados. Estos héroes americanos y católicos le fascinaron. Y ante sus aterradores relatos concluyó que no había sino dos posiciones: o quedarse callado y mirar para otro lado, o involucrarse en una causa tan noble.
Verástegui y Monteverde idearon llevar las experiencias de Ballard al cine. Pero no había dinero para pagar a un actor de primera americano. Atribuye a un milagro haberse encontrado con Jim Caviezel, quien hizo de Jesús en el celebrado filme “La pasión de Cristo”, dirigido por Mel Gibson, todos católicos fervientes. Semejante estrella se les ofreció para protagonizar la película sin remuneración.
Vino luego el proceso de filmación en varios lugares de Estados Unidos, Honduras y Colombia. Sin embargo, otro gran problema se presentó: quién hiciera la producción. Al conocer el tema, poderosas empresas de cine como Columbia Pictures, 20th Century-Fox, Warner Bros, Paramount Pictures, Universal Pictures, Metro Goldwyn -Mayer, Netflix y Disney, les cerraron las puertas: tal contenido no les interesaba, no era ventajoso comercialmente y les producía rechazo la moralidad y la justicia que proponía “Sound of Freedom” (“Sonido de libertad”). Al cabo de ocho años, por otro milagro divino, apareció una modesta empresa llamada “Angel Studios”, del pequeño pueblo de Provo, en el estado de Utah, que se encargó de la producción y la distribución.
“Sonido de libertad” se proyectó en Estados Unidos este pasado 4 de julio, el mismo día del estreno de “Indiana Jones”. Y ocurrió lo inesperado: con dos millones de espectadores, destronó a Indiana. Los grandes periódicos la atacaron; los noticieros la ignoran, y Eduardo Verástegui fue amenazado de muerte. ¿La razón? La cinta pone al descubierto el infame negocio que mueve 150 billones de dólares al año.
Esta tierna película alerta particularmente a los padres de familia. Ellos, y todos, debemos verla.
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