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Tarde de melcochas
Los retratos viejos aún cuentan fábulas juveniles que entonces eran hazañas.
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Lunes, 8 de Marzo de 2021

Del esplendor de los recuerdos de antaño, brota una sonrisa serena y, con esa melancolía sana que emerge del viento, tupe una red cariñosa que los protege del olvido con un rocío de placidez. 

El hecho de ser del pasado no los envejece y, lo contrario, los arraiga para que retornen –siempre– como una querencia recogida en los pliegues del alma y una inmensa gratitud consolidada por los años. 

Por ejemplo, en una fiesta de cualquier tarde sabatina, o en una batida de melcochas, como las que María Cristina Sandoval organizaba en el barrio Blanco, los tímidos aprendimos del amor con el roce ingenuo de los dedos de las niñas, escondidos en la mezcla que había que poner a punto.

Y el encanto, se reflejaba demoledor en los ojos que torturaban de tanto mirar bonito y en el baile esplendoroso de la música de Corraleros, Billos y Melódicos y uno que otro bolero como estocada final.

Los retratos viejos aún cuentan fábulas juveniles que entonces eran hazañas y, ahora, se han vuelto coreografía de la nostalgia, de la gracia sin igual con que ellas se gozaban nuestra fragilidad, de los desastres que ocasionaban con sus risas de hoyuelos, sus trenzas, o su uniforme azul cielo –del carmelitas–.

Era la magia de la adolescencia sembrándose perenne en el alma, afianzando la ternura, creciendo en la razón sagrada de la amistad, para ennoblecer los sentimientos y guardarlos en esa esquina que posee el corazón para las añoranzas gratas. 

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