El pacto con la vida se refleja en el espejo del alma, para que de su entraña surja el meridiano fecundo que conecta el pasado y el futuro, dando solidez al presente, con la lógica natural de la sabiduría.
Es como la alianza de los amaneceres, o la bondad haciendo ronda a las ilusiones, moldeando la belleza o velando las armas quijotescas de los sueños que vuelan en el prodigio de la memoria.
El pensamiento añora el eco del agua fresca regando el corazón, la austeridad paciente de un pájaro carpintero o la velocísima ingenuidad de un colibrí, para sustentar el compromiso de superar lo efímero.
Y se nos revelan las razones para salir del laberinto mortal y abrir los sentimientos a la reflexión, para confrontar lo que hemos sido con lo que somos y lo que vamos a ser, después de hallar la luz.
En el silencio predecimos la libertad y las líneas circulares del destino nos indican huellas de pasos nobles para comprender que, aunque no somos los mismos, no hemos olvidado la consciencia.
Es la reverencia a la majestad universal, a su jardín de estrellas que, como flores decoradas de rocío, embellecen el sendero sideral del arco iris, cuando anhela descansar sus colores en el horizonte.
El fin del exilio depende de la hospitalidad que dé uno al sol en su corazón y la serenidad de luna con que contemple su esperanza, siempre con una fábula de cristal en la sonrisa esperando el atardecer, a la hora de las sombras.