La furia de los periódicos y la tv estadounidense contra Donal Trump no tuvo parangón. En el poema El Renacuajo paseador, el amigo de Rinrín rabiaba de calor; en esta ocasión los medios de comunicación rabiaban, primero de perversidad durante la campaña, y logrado el triunfo de Trump, rabian de dolor.
Aunque esto no es sorprendente, pues el odio fue el alimento de los llamados “progres”, lo que sí sorprendió a todo el mundo fueron las cifras aplastantes de los republicanos tanto en el voto popular como en los votos electorales, y en el senado y en la cámara. Eso fue para los demócratas como arrojarle agua bendita al maligno. Cuentan que el diablo se retuerce, lanza aullidos, echa espuma por la boca, blasfema, agrede y se descompone sin control. Y más sorprendente aún la calidad de los votantes, aquellos a quienes los demócratas consideraban enemigos de Trump: los afrodescendientes, los latinos, los judíos, los árabes, los católicos y las mujeres. Fue emocionante el espectáculo de la comunidad amish viajando en caravana interminable de coches tirados por caballos, con banderas del movimiento de Trump, a depositar sus votos por éste.
Pero a los ataques contra Trump sus seguidores contestaron con humor. No faltó quiénes, en parodia de la salsa de Cuco Valois“ Juliana qué mala eres”, cantaron “Kamala qué mala eres, qué mala”. Y ante el ofensivo comentario del presidente Biden al tildar a los partidarios del candidato republicano de basura, no faltó la caricatura de un Donald Trump conduciendo un carro del aseo que lleva en el depósito de atrás a Kamala Harris, acciona la palanca y la deposita en el vertedero.
Por supuesto que quien infligió tan estruendosa derrota a Biden, a Harris y a los demócratas no fue otro que un pueblo culto, sensato y analítico. Un pueblo que defiende los valores tradicionales como la familia, la vida desde la concepción, en contra del aborto – el aborto era una de las banderas de la señora Harris -, la existencia de solo dos géneros, hombre y mujer, la tolerancia y la libertad de todas las creencias, el control de las fronteras contra la inmigración ilegal, y una economía fuerte.
En el 2016 en que Trump ganó por primera vez, la prensa iracunda y engañosa pronosticó que él desataría la tercera guerra mundial, pero se quedaron con los crespos hechos pues durante ese mandato no se produjo ninguna confrontación.
Dígase lo que se diga del presidente Trump, sobre sus excentricidades, su estilo directo y destemplado, no se puede negar que es un gran líder. Nadie hace una hazaña como esta, de superar las encuestas negativas, de ponerse por encima de una prensa hostil que incluso provocó tres intentos de asesinato, y de electrizar a una nación con su inteligencia, su valentía, su audacia y sus valores firmes. Solo un espécimen como Donald Trump lo puede hacer. Por ello alguien escribió en la red: los leones de América son Milei, Bukele y Trump.
Me queda en el tintero hablar sobre el joven vicepresidente elegido, James David Vance, un católico, brillante abogado, empresario y escritor, autor de una obra sobre su vida que es un bestseller y que ya fue llevada a la pantalla con mucho éxito.
orlandoclavijotorrado@yahoo.es
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