Ni las bendiciones ni las maldiciones caen del cielo. Son preparadas y cultivadas por la acción u omisión humana, básicamente de sus dirigentes, no solo los políticos, en los diferentes campos de la vida social. Tenemos hoy dirigentes encerrados en su inmediatez e incapaces de mirar hacia delante y hacia los lados, de asumir los riesgos pero también las posibilidades; encerrados en el entorno de su limitada cotidianidad. El suyo es un mundo chato, para emplear la expresión del gran León de Greiff.
De tiempo atrás y sobre todo en los dos años petristas, hemos acabado encerrándonos en una interminable, que solo le sirve al Presidente , pues le permite esconder su incapacidad como ejecutor, ¡el que es la cabeza ejecutiva del Estado!, y alimentar su bilioso discurso, donde todos, salvo él, somos unos tales por cuales, que le estorbamos a su obra transformadora, por el afán de continuar beneficiándonos egoístamente, como sucede hace más de doscientos años, los de la tragedia de Colombia.
Nadie dice que con este gobierno empezaron los problemas, pero debe reconocerse que sin embargo el país ha avanzado -los mayores somos testigos de ello -. Todo gobierno hereda lo bueno y lo malo de sus antecesores. La cuestión no es lo que se hereda, sino lo que se haga con lo heredado, y ahí es donde Petro como Presidente, con su eterna quejadera, queda desnudado ante los hechos; fue elegido para hacer gestión y lo recibido no justifica su inacción, por el contrario, es un llamado y una responsabilidad ineludible para que actúe con claridad, propósito y decisión. Colombia es consciente de lo que Petro recibió y nadie, salvo él y sus áulicos, piensa que solos lo pueden resolver. Son múltiples las voces, casi angustiadas, que le han dicho, unamos fuerzas e iniciativas para sacar al país adelante. Todavía es posible creer en lograr acuerdos sobre un plan de acción, de ajustes y de transformaciones, que sean realistas, no un maquillaje de la realidad. Pero el presidente está en otra cosa.
Mientras tanto, en el horizonte está cuajando lo que puede convertirse en la tempestad perfecta, por no atender con prontitud y decisión, una serie de situaciones, que requieren ser asumidas de inmediato, con menos discursos y más acción, no insultando sino convocando y acordando acciones concretas, para enfrentar un escenario con olor de crisis, tanto en el frente económico como en el de la salud, agua y energía. El Presidente en su afán por establecer políticas públicas que no sean las de “la corrupta y criminal” vieja dirección del país, ha pretendo sacar de su sombrero de mago unas nuevas para atender a tres frentes definitivos para la vida del país, repitámoslos – salud, agua y energía -, en todas sus regiones y para todos sus sectores sociales; pero lo que ha hecho es poner patas arriba lo que había, que en muchos aspectos exigía cambios y ajustes, pero no la destrucción de lo existente.
Para redondear el escenario de crisis, tenemos un manejo económico donde la cesación de pagos en medio de un creciente endeudamiento, mientras que la idea misma de austeridad y de racionalidad en el gasto público, no existe; solo se piensa en aumentar los tributos, los ingresos, para un Estado que no ejecuta, dedicado a acumular desde ya, la munición económica para inundar con dineros públicos en contratos y nóminas de supernumerarios, para la compra de votos y el financiamiento de la próxima campaña. Hay un golpe blando, silencioso, que denuncia Petro, pero no es contra él sino suyo contra la democracia. Van a fracasar pero de todas maneras, como dice la sabiduría popular, guerra avisada no mata soldado. Las elecciones están a la vuelta de la esquina y no nos pueden coger con los calzones abajo. Gastémosle más tiempo y neurona a pensar en el pospetrismo y no a seguir tirándole piedra a Petro, cosa que le gusta y le sirve para su propósito de continuar con el cuento de la revolución que no fue y que no será.
Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en https://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion