Las gentes de antes, cuando aún no había llegado la luz eléctrica a los pueblos, se reunían alrededor de la luz de una vela, a echar cuentos. De allí se originó el nombre de veladas. La luz eléctrica llegó, pero las reuniones se siguieron llamando veladas.
Cundo yo estaba en la escuela, la maestra organizaba veladas para el día de la madre, el 20 de julio y el 12 de octubre. Los muchachos presentábamos sainetes, que ensayábamos durante varias semanas, y declamábamos de memoria largas poesías y cantábamos “Las mañanitas” en coro y la gente nos aplaudía y nosotros felices y sacábamos buenas calificaciones en castellano.
¡Hermosas veladas aquellas, de las escuelas de pueblo, que alegraban la vida de todos los pueblerinos, de manera sana, sin peleas, sin disturbios, sin odios, en una verdadera, esa sí, paz total!
Hubo en Roma, a comienzos de la era cristiana, un emperador llamado Tertuliano, que organizaba veladas para entretener a los intelectuales de su época. Improvisaban discursos, leían versos, se escuchaban sátiras y presentaban pequeñas obras de teatro. Poetas y letrados tenían allí su entretención. La costumbre de organizar esta clase de veladas pasó a España, y de España a sus colonias americanas. Pero ya habían dejado de llamarse veladas y en su lugar se denominaron tertulias, en homenaje a Tertuliano.
En la Santafé colonial y de comienzos de la independencia, se hicieron famosas las tertulias que congregaban a estudiosos de diferentes ramas de las ciencias, pero fueron las literarias las que sobrevivieron. Poetas, literatos, declamadores se juntaban de noche a tomar aguardiente, tocar tiple y recitar versos. Entre todas ellas ha pasado la historia la llamada Gruta simbólica, a la que pertenecieron Julio Flórez, Clímaco Soto Borda, Rafael Espinosa Gómez y muchos otros. El humor, los chispazos, las improvisaciones, los sonetos graciosos, eran el denominador común de aquella tertulia que funcionó en medio de la Guerra de los mil días.
En Barranquilla se hizo famosa la tertulia del Grupo de Barranquilla, integrada por García Márquez, Alfonso Fuenmayor, Alejandro Obregón, Álvaro Cepeda Samudio y otros escritores, mamadores de gallo y parranderos. Se reunían en el bar La Cueva, que desde entonces se hizo tan famoso como el Grupo.
En la Bogotá de hace pocos años, León de Greiff acostumbraba reunirse con sus contertulios y amigos de poesía en un bar de la Avenida Jiménez, llamado el Automático. Muchos de sus mejores versos fueron inspirados en aquel bullicioso bar, a donde la agente acudía a escuchar los versos estrafalarios del poeta.
En suma, quiero decir que en todas partes, donde haya poetas y escritores y músicos y jartadores de vino o de aguardiente, se organizan reuniones o tertulias, de donde salen maravillosas composiciones.
En los colegios ni se les llama veladas, ni tertulias. Se les da un nombre más sencillo: Centro Literario. A decir verdad, ya en los colegios no se organizan centros literarios. El computador, el celular, la tablet no dan espacio para los centros de literatura donde se aprendía a declamar, a echar discursos, a hablar en público.
Hace poco recordaba yo en esta columna el Centro Literario Eligio Álvarez Niño, que organizaba Cristina Ballén en su colegio. Eligio Álvarez fue un poeta ocañero, radicado en Cúcuta, que le dio realce a las letras nortesantandereanas. La biblioteca de la Academia de Historia de Norte de Santander se llama, de igual manera, Eligio Álvarez Niño.
El Movimiento cultural El Zaguán realiza tertulias literarias mensuales en la sede de la Fundación La Bohemia. Mañana viernes es día de tertulia. Están todos invitados. Había una vez…
gusgomar@hotmail.com
Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en: https://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion