Ana María González, de 35 años, no sale aún de su asombro al recordar que justo al lado del jardín donde llevaba a su hijo de cuatro años en el barrio San Luis funcionaba una casa de citas a la que acudían durante el día y la noche hombres en busca de mujeres para tener sexo.
Este lugar no solo colindaba con el jardín de su hijo, también funcionó por más de una década justo en la mitad de dos iglesias, la católica de San Luis Gonzaga, y un templo evangélico, además de casas de respetables familias que debieron soportar la presencia de clientes y de mujeres semidesnudas entrando y saliendo del prostíbulo.
A unas seis cuadras de este lugar, funciona otro igual, entremezclado en las viviendas del barrio como si se tratara de otra casa más.
“Terminamos por acostumbrarnos todos, aunque con la preocupación de que nuestros hijos menores convivían cerca a este mundo de ambiente y sexo”, dijo Carolina Mejía, vecina del negocio conocido como El Mamón.
Esto ocurre también en barrios del centro de Cúcuta, en La Merced o en Prados Norte, en los que desde afuera parecen casas comunes, situadas en medio de una cuadra cualquiera, de un barrio residencial normal.
Sin embargo, la presencia de mujeres, de al menos un hombre custodiando la entrada, los ventanales oscuros pintados con figuras de mujeres desnudas para evitar que se cuelen las miradas curiosas, vidrios polarizados, luces de colores vistosos, nomenclatura de gran tamaño y cámaras de seguridad, delatan los burdeles que se tomaron los barrios residenciales de Cúcuta ante la mirada cómplice de las autoridades.
El panorama se repite en sectores como Carora, La Guayabera, Natilán, Atalaya o en La Merced, este último donde los vecinos deben compartir el sueño con el ruido de la música, la risa y los gritos de mujeres voluptuosas, el arranque de los carros y los pitos de automotores buscando sitio dónde parquearse.
En La Merced, las quejas de los vecinos de estos negocios, que en el papel aparecen con otra razón social, como clubes sociales y en la práctica funcionan como burdeles, no cesan.
En los alrededores de la terminal de transporte y en un amplio sector que abarca las avenidas sexta, séptima y octava, los residentes de los edificios y viviendas se confesaron cansados del ruido y de la presencia de mujeres y gais semidesnudos que ofrecen sus servicios sexuales durante el día y la noche como si se tratara de un bazar de beneficencia o centro comercial.
Ese es el caso de Evangelina Mora, una vecina de 75 años, quien comenta que el ruido que se genera en el sitio es su martirio diario. Pero la llegada del viernes es lo que realmente le agobia. Ese día desfilan por el sector decenas de mujeres venezolanas que vienen a ofrecer sus cuerpos a los burdeles del centro.
Héctor González, vecino de La Merced, dice sentirse doblemente afectado. Su barrio en el día es un inmenso taller de mecánica adueñado del espacio público, y en las noches se convierte en un desfile de clientes y prostitutas llegando a los tres burdeles que funcionan allí en medio de las viviendas donde habitan niños y jóvenes.
Comenta un vigilante de la zona que la alcaldía en los cinco últimos años ha hecho dos intentos por desalojar el espacio público, pero ninguno por erradicar los burdeles.
En la avenida tercera entre calles sexta y séptima, donde funciona el colegio Carmelitano del Oriente, funcionan al menos cuatro prostíbulos y en la noche es el sector más concurrido por gais, travestis y mujeres trans.
El viernes anterior, los vecinos del parque Mercedes Ábrego protagonizaron bloqueos viales en el centro, para exigir la clausura de los burdeles que funcionan en el sector, debido a que la convivencia en las noches está afectada por la presencia de prostitutas y jíbaros. “No podemos salir de las casas y los niños toca mantenerlos encerrados”, denunció Fabiola Vargas, vecina del lugar.
En el norte de la ciudad, en la avenida Las Américas, los vecinos también se quejan de la presencia de un prostíbulo que altera la paz. Rosa Maldonado, residente del sector, asegura que los fines de semana el ambiente se pone pesado. Además del ruido del sitio, los clientes salen ebrios y ponen música a todo volumen en los carros.
Gloria, residente desde hace 25 años del sector, dice que ha puesto en venta en dos oportunidades su casa, pero en ambas no lo ha logrado. “Tener un burdel al lado no le conviene a nadie, porque detrás de las mujeres vienen otros vicios que dañan el ambiente. Por eso nadie quiere comprar por aquí, esos negocios desvalorizan mucho la zona”.
En marcha el nuevo Pot
Y es que si bien estos negocios no son considerados un delito por la ley colombiana, sí va contra las normas que estén en barrios residenciales.
El director de Planeación Municipal, Orlando Joves, confirmó que se hace necesario ajustar el Plan de Ordenamiento Territorial (POT), para establecer las áreas en las que sí pueden funcionar, ya que en la actual carta de navegación solo quedó plasmado en las que no pueden funcionar los centros de prostitución. (Ver recuadro).
“La idea es que estos negocios estén concentrados en un solo lugar, así como sucede con un sector de las discotecas en el Centro Comercial Bolívar”, dijo Joves, quien insistió en que el ajuste que se proyecta del Pot lo que pretende es diagramar esas zonas, organizando el uso y los horarios.
La alcaldía no tiene un censo de prostíbulos, debido a que inicialmente cuando se solicitó el uso del suelo y los permisos para funcionar, los propietarios de estos negocios afirmaron que eran para clubes sociales.