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Históricos
El R.P. Variara, nuestro beato olvidado
Historia contemporánea.
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Sábado, 6 de Julio de 2024

En un país tan devoto como Colombia y una región tan católica como esta frontera oriental de la patria llama la atención el olvido en que se encuentra, tal vez el próximo y único santo de la iglesia católica que vivió y murió en esta ciudad.

No se visualizan los tumultos ni las manifestaciones que se viven en otras regiones y ciudades del país y en mundo en torno a las expresiones propias de la cultura religiosa más cuando se trata de pedir la ayuda divina con la intermediación de sus santos.

Posiblemente sólo algunos pocos fervorosos creyentes tendrán una noción clara del padre Luis Variara, de quien podríamos decir hoy, que se trataba de un religioso de muy bajo perfil, como se supone que por humildad debía ser característico de aquellos que por designios divinos estaban llamados a cumplir su labor terrenal y que próximamente será elevado a los altares del catolicismo.

Al padre Variara es probable que se le recuerde, en esta ciudad, por su trabajo en el campo la educación de niños y jóvenes, cuando por intermedio de la comunidad que fundó, las Hermanas de los Sagrados Corazones, establecieron sus instituciones comenzando por el conocido como El Salesianito que luego cambió su nombre adoptando el de su inspirador y orientador; este colegio que habiéndose iniciado frente al colegio Salesiano cuando recién fuera construido a mediados del siglo pasado, se trasladó a la casa de la familia Faccini, en la esquina de la calle once con avenida segunda y que luego de varios años de funcionamiento, mudó sus instalaciones a una construcción campestre en El Escobal.

Esa nueva ubicación coincidió con el terreno donde funcionó hasta 1966 el antiguo restaurante Don M. El colegio, hoy se conoce con el nombre del beato Luis Variara.

Pero, ¿quién era el padre Variara?

En un breve relato, extraído del libro escrito por el sacerdote y educador salesiano Jaime Rodríguez, se lee que la familia Variara era originaria de un pueblito del norte de Italia llamado Viarigi. No eran ricos propietarios, pero sí muy trabajadores, logrando un nivel socioeconómico promedio en su país.

Su padre Pedro había enviudado y en segundas nupcias desposó a Livia Bussa, madre de nuestro protagonista.

Fue primogénito de esta unión. Nació el 15 de enero de 1875 a las 3 de la tarde, en el momento más crudo del invierno europeo y se dice que por las circunstancias de su nacimiento, viéndolo su partera, en peligro decidió bautizarlo “de emergencia”, de modo que este inicio a la vida católica, milagro de la gracia, tuvo el hogar como templo y dos días después, los ritos bautismales se completaron en la parroquia del pueblo, siendo sus padrinos su tío paterno Alejandro y su mediohermana quinceañera Juana.

En el registro quedó grabado su nombre Luigi Sebastiano Morizio (Mauricio), que según la tradición son los santos tutelares de su vida.

No se tienen detalles de sus primeros años pero se presume de una niñez ordinaria envuelta en la monotonía de los pequeños pueblos del norte italiano. A los doce años de edad entró al Oratorio Festivo y en 1891 al noviciado.

Poco tiempo después de hacer sus primeros votos, se trasladó a Colombia siendo su primer y principal destino el lazareto de Agua de Dios donde acompañó al sempiterno padre Unía, apóstol de los habitantes del lugar. El padre Variara cantó su primera misa en el lazareto y a partir de entonces dedicó toda su vida al servicio de los seres más desgraciados de la humanidad: los leprosos y particularmente los niños leprosos.

Conmovido por la suerte de los niños enfermos, con grandes pobrezas, centavo por centavo, levantó en Agua de Dios un Oratorio Festivo y vio surgir el Asilo Unía donde los hijos del infortunio tenían pan, techo, ropa, banda de música, teatro entre otras comodidades; para lograr la completa dotación del asilo, hizo un viaje a Italia, logrando interesar a la Reina Margarita para que ayudara en su culminación.

Así era su espíritu apostólico, su caridad y su amor por los pequeños leprosos, que cuando alguno de los niños no lograba tocar bien en los ensayos de la banda, con el mayor gusto les enseñaba utilizando, sin inconveniente, el instrumento de los chiquillos enfermos.

Para el cuidado de los leprosos e hijos de leprosos fundó la Comunidad de Hijas de los Sagrados Corazones, única en el mundo, a la cual pueden ingresar enfermas de lepra e hijas de enfermos y en donde se admite también a las religiosas de cualquier comunidad y de cualquier parte del mundo que teniendo lepra quieran terminar su vida ingresando a dicha comunidad.

En la actualidad, estas condiciones han cambiado aunque permanezcan en sus estatutos, debido al avance que se ha tenido en la prevención, control y cura de esa enfermedad. En 1921, el padre Variara fue trasladado al colegio Salesiano de Táriba en el venezolano estado de Táchira, de donde salió 22 meses después, debido a su precaria condición de salud, radicándose en Cúcuta a finales de 1922, donde el clima caliente de la ciudad aliviaba las dolencias de su grave afección renal.

Ya en la ciudad, fue acogido en la casa de sus paisanos, la familia Faccini, en donde se hizo un altar para que oficiara la santa misa a la que asistían todos los miembros de la colectividad italiana de la ciudad. Durante su convalecencia, su ángel guardián fue doña Mercedes Faccini de quien aseguró que en su casa no se había sentido como un extraño sino como un hijo más.

No se le quitaban de la mente los niños y enfermos de Agua de Dios a los que les había entregado su vida; “imposible olvidarme de Agua de Dios”, dijo en sus últimos momentos. El 31 de enero, 35 años después del tránsito de don Bosco al cielo, el padre Variara estaba en sus últimas horas.

“No hablaba sino de Jesús y del cielo con una unción que estremecía” según escribía Mercedes Faccini, su enfermera y acompañante, y agregaba “era verdaderamente un santo, qué gracia haberlo tenido en nuestra casa”.

Hacia la medianoche entró en agonía y debido al sofoco, se hacía trasladar de la cama a la poltrona y viceversa. Pero desbordaba en la tranquilidad de los santos, así los expresaban los cuatro sacerdotes salesianos y toda la familia Faccini que lo rodeaba.

En los segundos finales de su existencia fueron llegando más personas de la familia salesiana, se hizo pasar a la poltrona aún consciente, luego palideció y perdió el habla. A las 3 y 15 de la madrugada del primero de febrero de 1923, entregó su alma al creador.

Redacción
Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com

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