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¡Y...todo empezó en Cúcuta!
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Sábado, 27 de Abril de 2024

La historia del empresariado colombiano se remonta a la segunda mitad del siglo XVIII. Por aquella época eran más conocidos como “negociantes” y el ámbito en el que desarrollaron su actividad fue la región antioqueña, que comenzó alrededor de 1760 y la Sabana de Bogotá y el Valle del Cauca, que empezaron a desplegar su gestión económica en 1885, según se lee en el libro “El empresariado colombiano”, escrito por el profesor de la Universidad de Los Andes, Carlos Dávila Ladrón de Guevara.

En el caso de los antioqueños y como ha sido tradicional, según lo demuestran varios estudios realizados, tanto por autores extranjeros como nacionales, el auge y éxito de los antioqueños apuntan más a su “personalidad  creadora”, su “actitud favorable ante el trabajo manual” y “actitud religiosa” diferente a otras regiones del país, una “orientación hacia el logro” y una “actitud innovadora relacionada con la necesidad de agresión”.

Para explicar estas diferencias de personalidad entre antioqueños y el resto de grupos regionales, el profesor del M.I.T, Everett Hagen, en su libro “El cambio social en Colombia”, plantea cuatro explicaciones: una es la étnica, por su ascendencia vasca; la segunda, por su experiencia minera, dada su tendencia a asociarse para compartir riesgos; la tercera, la canalización del capital comercial hacia otras actividades, como la industria, en el caso de Medellín; y la cuarta, subordinada a las anteriores, por el “tensión social” (status withdrawal) que sufrieron los antioqueños por parte de los otros grupos regionales.

A diferencia de los demás grupos regionales, en los antioqueños no se destacan personas o individuos, y como era habitual hasta comienzos del siglo XX, sino familias, excepción de la familia Ospina.

El periodo comprendido entre 1885 y 1930, fue el de la diversificación económica y actividad política durante el cual aparecieron en la escena nacional los “grandes negociantes” en Bogotá y el Valle del Cauca, entre estos, el “campesino millonario”, Pepe Sierra; los hermanos Samper, en las manufacturas; la familia López, en la finanzas y el comercio exterior; en el Valle, el fundador de la industria azucarera Santiago Eder y en el mismo sector, las familias Cabal, Sarmiento y Caicedo.

Ahora bien, en términos financieros, Salvador Camacho Roldán, en su libro Memorias, hace la siguiente observación: “… en el periodo anterior a 1850, sobre los capitales de los personajes más acaudalados, los cuales apenas llegaban al guarismo del medio millón de pesos, relacionaba los siguientes: en Bogotá, Francisco Montoya y Joaquín Escobar, en Cúcuta, a don Rudesindo Soto; don Joaquín Mier en Santa Marta y Pedro Vásquez, en Medellín, y tal vez, a don Raimundo Santamaría en Medellín, los doscientos o trescientos mil pesos lo elevaban a la categoría de potentado”.

Toda esta introducción, es para narrar una historia, hasta ahora desconocida, del hombre más rico de Colombia durante el comienzo del siglo XXI. Y para ser fiel al título de esta crónica, podemos asegurar que esa aventura comenzó en esta ciudad. No me refiero específicamente a su actividad económica sino a su trabajo profesional.

Llevo más de diez años intentando reunir toda la información posible para escribirla. Le he escrito al personaje a todas las direcciones conocidas, incluso en alguna oportunidad contacté a una de sus secretarias, envié correos a su hijo mayor, a su esposa, al director de El Tiempo a través de la colaboración del director de La Opinión, incluso pensé asistir a una de las Asambleas de las empresas de su propiedad de las cuales también soy accionista, todo sin éxito, hasta que decidió retirarse de su representación como directivo y pasar a uso de buen retiro, con lo cual pude recopilar parte de los datos necesarios para estructurar una narración y repasar el camino de su transcurrir por la geografía y la economía del país.

Con el retiro de su actividad directiva y ahora, alejado de las vicisitudes propias de los acaudalados, comenzaron a divulgarse algunos hechos de su vida que lo muestran en su verdadera dimensión, como profesional que verdaderamente sirvió a su patria y sus conciudadanos sin intereses diferentes a generar riqueza y prosperidad a su pueblo y sus habitantes.

Establecí, como se dice ahora, una línea de tiempo para narrar el recorrido de su gestión desde el inicio hasta hoy, únicamente enfatizando su relación con nuestra ciudad y región, elementos que no han sido relatados en las breves biografías que han venido apareciendo en los últimos días, al parecer por desconocimiento, que es lo único que me parece aceptable en casos como este.

Luis Carlos Sarmiento Angulo, de acuerdo con los datos aparecidos en línea, nació en 1934, el 27 de enero; se dice que nacido en una familia humilde,  terminó su bachillerato en el colegio San Bartolomé y luego de ingresar a la Universidad Nacional se graduó de Ingeniero Civil en 1955. Tenía entonces 21 años y su biografía menciona que a esa edad tenía amplios conocimientos en cálculos de estructuras, ferrocarriles  carreteras, ingeniería de salud pública, alcantarillado, acueductos y centrales hidroeléctricas entre otros campos de la ingeniería.

Así como en la vida de Jesucristo, en la biografía consultada del ingeniero Sarmiento, aparece un espacio de tiempo en el que se desconoce su actividad.

Pues bien, debo decirles que entre el día de su graduación como ingeniero y el momento en que ingresó a trabajar en la empresa que construía la vía Bogotá Choachí, primero se casó con doña Fanny Gutiérrez, su actual esposa y se desplazaron a Cúcuta, donde ejerció en una de las ramas de la ingeniería que eran de su especialidad, en la empresa constructora del alcantarillado de la ciudad, en donde estuvo durante un poco menos de un año.

A finales de 1956, según consta en la nota social publicada en el Diario de la Frontera “… después de varios meses en esta ciudad, cordialmente los despedimos y les deseamos un viaje sin contratiempos”.


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