El rastro de la violencia y del desplazamiento forzado no se borran de la mente y de la vida de *Daniela Clavijo, luego de más de tres años desde el momento en el que tuvo que salir de su finca en Teorama, por cuenta de la arremetida de grupos armados ilegales que le ordenaron a su familia desalojar este territorio del Catatumbo.
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La razón: la disputa a sangre y fuego para dominar territorios al servicio del narcotráfico y del cobro de extorsiones.
El esposo de Clavijo fue sacado, junto con otros hombres, de un billar en el que estaban compartiendo. El temor se apoderó rápidamente de la mujer, junto con sus dos hijos, entre estos, un joven que en ese momento tenía 17 años.
“Tuve que proteger a mi hijo para que no se lo llevaran esos hombres armados. Luego ya no tuve opción sino salir hacia Cúcuta”, recordó Clavijo.
Con las riendas de sus dos hijos y sin tener noticias de su esposo, Daniela decidió salir adelante en la capital de Norte de Santander, alejada de su vida en el campo y de los frutos de la tierra. Trabajó como empleada doméstica en una casa de familia y poco a poco consiguió el sustento para su familia. De su esposo aunque -dicen- retornó al Catatumbo no volvió a saber nada de él.
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La violencia en frontera
Los días para *María López no eran diferentes a los de Clavijo. La incursión de un grupo conocido como ‘Mano Negra’, filial de los paramilitares, llegó hasta su finca, en Simitarra (Santander) y la obligó a huir con su familia, dejando en el olvido su labor en el campo y las pocas cosas que tenían.
Resistirse a ser parte del conflicto y blindar a sus seres queridos de servirle a ese grupo armado, no le dejó opción que tener que empacar su ropa y huir, tal cual como se lo advirtió el puñado de hombres, con armas largas, en esta zona rural de Santander.
López y su familia encontraron un refugio seguro en Cúcuta, cuando arribaron a esta zona de frontera, en el 2005. Sin embargo, con pocas opciones y oportunidades de trabajo, intentaron ganarse el sustento en Venezuela, atravesando la frontera constantemente.
Sin embargo, la muerte y la violencia desmedida también se hicieron notar en el vecino país, al punto de tener que evitar este territorio durante un tiempo.
La confección en la pandemia
Estas dos familias, representadas por mujeres golpeadas por la violencia, pero fortalecidas por el amor de sus seres queridos, no fueron esquivas a los problemas sociales y económicos que trajo consigo la pandemia por la COVID-19.
A principios de 2020, con la ayuda de la Unidad de Víctimas, que les entregó la maquinaria y las capacitó para aprender a confeccionar ropa de dama, estas dos mujeres iniciaron sus emprendimientos, con todas las esperanzas de sobrellevar los amargos recuerdos del pasado y la difícil situación en medio de la crisis sanitaria.
Para María López, el “vacío existencial” que le dejó el desplazamiento, ha tenido cura y cicatriz, con el proyecto de vida que se inició y que continúa tejiendo con sus manos.
“Lo primero es buscar a Dios, porque si él permitió que pasáramos eso es porque era necesario para tener un crecimiento y reconocer que hay un Dios y que para él nada es imposible”, dijo López.
María ahora pasa sus días confeccionando ropa interior, trajes de baño, franelas, licras y otras prendas para venderlas.
Considera que haber aprendido este arte es una bendición y por eso mismo, también enseña a otras mujeres para que tengan insumo para ganarse el sustento diario.
“Se trata de enseñar para que otras personas tengan esa facilidad de poder trabajar en algo productivo, me gusta hacerlo”, dijo López.
Daniela también lleva dos años perfeccionando su emprendimiento de confección de ropa para dama. Al igual que a López, la Unidad de Víctimas le dio los elementos y la maquinaria necesaria para su trabajo, con capacitaciones.
Clavijo aseguró que confecciona las prendas para ofrecerlas en las ventas ambulantes en la ciudad. Confiesa que no ha sido fácil salir adelante en medio de la pandemia, pero también valora la oportunidad que tiene de trabajar desde su casa, produciendo cada día diferentes confecciones para mujer.
La emprendedora aseguró que espera poder generar empleos a través de este proyecto, cuando las ventas crezcan cada vez más.
“Cuando yo veo que tengo bastantes pedidos siempre busco a una persona para que me ayude y así trabajamos las dos. Yo quiero seguir creciendo para olvidar esa situación tan difícil por la que tuvimos que pasar”, dijo.
En diciembre del año pasado, la Unidad de Víctimas ofertó los productos de estas dos mujeres y de otras tres víctimas de Norte de Santander, en la segunda feria Unidos por las Víctimas, que se desarrolló en Bucaramanga.
Con esta jornada, los emprendedores buscan expandir sus negocios y aumentar el flujo de las ventas de las confecciones y de otros productos que se desarrollan en Cúcuta.
“Esta oportunidad les permitió a los microempresarios dar a conocer su potencial basado en líneas de confecciones, bisutería y orfebrería, para ampliar el mercado, generar competitividad e ingresos con el fin de mejorar sus condiciones de vida”, dijo Johanna Gelvez Ascanio, directora de la Unidad para las Víctimas en Norte de Santander y Arauca.